Los líderes de las dos grandes potencias económicas del mundo, Donald Trump y Xi Jinping, se vieron por primera vez las caras en Florida justo entre las provocaciones de Corea del Norte y algunos movimientos estadounidenses, como el bombardeo a la base siria de Al-Shayrat o el despliegue en torno a la península de Corea.
Washington ha estado incrementando la presión sobre China para que ayude a reducir la tensión con Corea del Norte, dado que Pekín, uno de los pocos interlocutores de la dinastía estalinista, es clave en la desactivación del ímpetu de Pionyang.
La moneda de cambio está en el Mar del Sur de China, en donde la progresiva expansión china viene chocando con los intereses de sus vecinos. La zona tiene una gran importancia comercial y también es una joya estratégica en lo que respecta al establecimiento de bases militares.
No obstante, el primer ministro chino, Li Keqiang, dijo que su país no busca militarizar el Mar de China Meridional y que su presencia está dirigida solo a mantener la libertad de navegación. Pekín insiste en que países como Filipinas y Vietnam se aprovechan del apoyo estadounidense del que gozan para avivar la posibilidad de conflicto en la región. En este contexto, el imprevisible presidente filipino, Rodrigo Duterte, anunció su intención de ocupar algunos islotes deshabitados de este mar.
En contraste con el duro lenguaje empleado por Trump en su campaña presidencial, Washington deberá demostrar cierta neutralidad en todo lo referente a las disputas de soberanía en Tíbet, en Taiwán o en el Mar de China Meridional. China ha demostrado ser el actor más pragmático y su ambición es casi exclusivamente comercial. Con la amenaza económica latente y con ciertas concesiones en Asia, Estados Unidos puede seguir utilizando a un jugador geoestratégico como un estable pívot geopolítico.
Si los norcoreanos no sienten el manto protector de su principal aliado, la retórica antiamericana seguirá vociferándose por medio de la propaganda oficial, pero la actitud desafiante se irá extinguiendo paulatinamente.
Las recientes acciones militares de Estados Unidos han sido un concreto aviso dirigido a Kim Jong-un y a Bashar al Asad, pero más aún a Vladimir Putin, a Xi Jinping, y al mundo. Sin embargo, este mensaje tan simbólico como ostensible es principalmente para sí mismo, en él hay una reafirmación que sentencia: “Seguimos siendo la única e indiscutible superpotencia”, aunque esta sea la ‘superpotencia ambivalente’ conceptualizada por Henry Kissinger. (O)
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo