Rusia, a través de sus medios de comunicación, impulsa todo su poder blando para desestabilizar Occidente, y ni a Joseph Goebbels se le hubiera ocurrido una forma de propaganda tan eficaz. Estos medios azuzan las más disparatadas teorías de la conspiración, al tiempo que, sin parar de esparcir la confusión, generan desconfianza entre las audiencias occidentales hacia sus propias instituciones.
La clave de su éxito se encuentra en no defender constantemente a Rusia, sino en atacar a Occidente mediante una red de corresponsales autóctonos, una especie de quinta columna líquida.
Por otro lado, muchos no saben ni siquiera que son medios estatales de un país que ocupa este año el puesto 148 de entre 180 países. Un elemento efectivo de su estrategia es la versatilidad ideológica de su línea editorial en función del contexto. Por ejemplo, con respecto a los refugiados sirios, a los televidentes hispanohablantes se les proyecta una imagen insolidaria de la Unión Europea, mientras que a los internautas alemanes se les entrega una Unión Europea irresponsable por dejar entrar a tantos extranjeros.
Mientras muchos reciben a estos medios como material para intentar reivindicarse en una rebeldía de bombas tuits, otros tantos eluden el engaño sin por ello dejar de criticar su propio entorno, pues saben que la existencia de esta propaganda rusa es una confirmación más de la libertad que hay aquí, pero no hay allí. (O)
Augusto Manzanal Ciancaglini