Fue y es el petróleo todavía carnada poderosa de la ambición universal. Las grandes potencias económicas y bélicas, en lo principal EE.UU. de Norteamérica, han causado guerras devastadoras por arrebatarlo del país de origen, que al deshonestamente poseerlo, con sofismas infamantes, han causado desequilibrio económico de magnitud en naciones productoras de aquel, como la de Ecuador y otras de nuestra amerindia, instando y provocando la desestabilización de los gobiernos progresistas de este lado del mundo. Todo este trajinar maléfico es fríamente programado, con el fin -a vista de todos- de mantener la hegemonía monetaria subyugante. Esta es la razón primordial de la gran tragedia universal. El que con mediana cultura y capacidad no detecta este fenómeno social, tiene ceguera de entendimiento y, acogiendo un dicho popular: ‘No hay peor ciego que el que no quiere ver’.
Sumada a esa ‘hecatombe’ política-social del planeta que habitamos, se suma a nosotros la furia de la naturaleza maltratada, al arrasar parte de nuestro Ecuador con un movimiento telúrico de consecuencias catastróficas. El hombre, ‘lobo del hombre’, en pos de la energía, ha perforado hondamente a la Tierra en busca de yacimientos petroleros y ha dejado las entrañas del planeta sin su ‘sangre negra’, vaciando sus venas desconocidas. Esos enormes espacios interiores, sin duda alguna -por lógico razonamiento- han desestabilizado el equilibrio planetario, dando mayores antecedentes para que ocurran repetidos fenómenos naturales, tales como cambios climáticos, maremotos y terremotos, etc.
Dolor en el alma, al contemplar en calles y plazas cadáveres de espanto. Impotencia infinita ante tan injusto castigo. La tierra, resentida frente tanto maltrato humano, sacudió sus brazos de antiguos minerales y de árboles petrificados, precisamente frente a nuestras apacibles costas de románticos atardeceres.
Gimen nuestras provincias costeras y todos lloramos. Pero basta de llorar, empuñemos la adarga de la resignación y el combate, vamos con ella, sin revanchismos, a la reconstrucción; acatemos resoluciones gubernamentales viables y sensatas sugerencias ciudadanas. Ha llegado la hora del amor y los reconocimientos. Más que nunca, en esta hora crucial, siempre la verdad, aunque duela.
Arturo Santos Ditto