La Feria del Libro 2017 efectuada en septiembre en una ciudad muy lejana del país, amerita algunos criterios no considerados por el funcionalismo servil e imperante en la sociedad dominada especialmente por las élites que han hecho del arte y la cultura su feudo y hacienda. Se debe razonar sobre hasta qué punto el coste de entrada a la feria pudo ser considerado como una astuta estrategia para financiar a unos cuantos de manera que más dio apariencia de ser un negociado que un estímulo a la cultura.
Por otro lado, cabe meditar sobre las grandes editoras cuyo rol no supera la mercantilización de la cultura lectora, promocionando su mercancía con escasos descuentos; así, el acceso a la lectura queda sumido al dominio de negociantes de libros. Se añaden también los precios cobrados a particulares, quienes se esforzaron para asentar un stand, pero lo invertido con tanta voluntad excedió a lo ganado.
Corresponde también discurrir acerca de la limitada promoción de autores ecuatorianos, a quienes el nivel de baja consideración a su oficio se manifiesta por parte de los mercantilistas, al valorar en demasía a extranjeros más que a los nuestros.
En resumen, una feria desencantadora, de escasa promoción cultural objetiva, llegando a ser no más allá de un simple arreglo entre los mandantes del ‘arte’ y las editoras comerciantes, las cuales no trascendieron de ser mercaderes de libros, mas no promotores culturales.
César Aizaga Castro