La celda es fría, casi oscura, del techo cuelga un bombillo incandescente, vuela una mariposa. Sentado en una silla, con papel y pluma, Eli Cohen escribe su última carta, dirigida a su esposa Nadia. No tiene uñas, se las han arrancado, su semblante, desgastado, por la tortura de días.
Presiente lo que viene: la muerte. Llega a la plaza Marje, en el corazón de Damasco, en un camión jaula. La multitud se agolpa para ver su final, le gritan todo tipo de improperios, son las últimas horas de vida de Kabal Amin Taabes, el agente 88 del Mossad israelí, afincado más de cinco años en las mismas entrañas del poder sirio.
Netflix acaba de estrenar por estos días la miniserie de 6 capítulos “El espía”, basada en la historia real de Eli Cohen, el espía israelí más recordado de la historia. Eli, nacido en Egipto en 1924, formó parte de la juventud sionista.
En 1960 acepta ingresar a las filas del Mossad, el Servicio de Inteligencia de Israel. Aprende rápido cómo identificar si lo siguen, el código Morse, el lenguaje árabe, logra transmitir diariamente 45 palabras por minuto, a las 8 de la mañana y 8 de la noche, su mampara: ser un empresario sirio próspero de las exportaciones.
Ya infiltrado en las redes del poder sirio, dominado por el partido Baaz, nacionalista-socialista, logra adentrarse en las fortificaciones del ejército en los Altos del Golán y con una minicámara que porta toma fotografías de las posiciones de cada búnker sirio.
Su hazaña no acaba ahí, envía de regalo a los soldados centenas de pinos que son sembrados con la excusa de darles sombra, pero que en la Guerra de los Seis Días (5 al 10 de junio de 1967) indican a los pilotos israelíes dónde deben disparar sus bombas, contribución fundamental para la victoria judía. Eli es descubierto por un equipo de inteligencia soviético, que en ese entonces apoyaba el régimen sirio, y es capturado en plena transmisión de datos a la sede del Mossad. En un juicio rápido es sentenciado a muerte.
El 18 de mayo de 1965 el verdugo le ofrece una capucha negra, Cohen la rechaza. En primera fila para presenciar su ejecución está Amin Al-Hafiz, el presidente sirio, que una vez fue su amigo personal. La rampa cae, la soga aprieta el cuello; Eli Cohen ha muerto. Su cadáver es expuesto seis horas, sus restos nunca fueron repatriados. Serie muy recomendable. Véanla. (O)
Pablo Virgili Benítez