Señores
Diario EL TELÉGRAFO
Ciudad.-
De mis consideraciones
Quiero referirme al artículo ‘El extorero antitaurino’ que se publicó, el domingo 7 de mayo en EL TELÉGRAFO, en el que se describe la crueldad y el sadismo que satura a las corridas de toros. Me llenó de satisfacción el comprobar que nuestro país sí tiene prensa escrita que asume a plenitud su obligación de ayudar a bien formar a la sociedad en la que está inmersa. Y más aún, ese artículo aparece en una edición dominguera, o sea, en el día en que la familia se reúne, en el que se juega con los hijos pequeños o se conversa con los ya adultos, espacio de vida donde se lee en paz y a profundidad la prensa escrita o cuando nos sumergimos en las páginas de un buen libro.
Es decir, los domingos abrimos las puertas que dan acceso a nuestro interior humano, para que a nuestra alma y psiquis les lleguen fenómenos del mundo exterior en el que moramos, y por lo tanto, esos fenómenos externos irán tallando nuestros sentimientos, carácter, estados de ánimo, personalidad, creencias que, en conjunto, nos empujan a tomar decisiones y acciones que, para el sano vivir social pueden ser buenas o malas o perversas. Así de influyentes son las crónicas que se publican los domingos.
Y créanme, las corridas de toros están en el pináculo de la perversidad humana. Matar, con gran dolor para él, a un animal que es obligado a enfrentarse a la inteligencia del hombre y llamar a esa degeneración psíquica humana ‘arte’ es denigrar nuestra especie para satisfacer a un puñado de indolentes. No se puede alegar que las corridas de toros deben ser permitidas porque son parte de la ‘cultura popular’ (lo cual en Ecuador no es cierto), pues bajo esa óptica también debemos permitir el público consumo de estupefacientes, o el asalto callejero, o la agresión física a las mujeres, o el robo a domicilios, o la estafa económica o la inducción al engaño y la maldad. Todo esto -y mucho más- está prohibido y penado porque lesiona el sano vivir social. Y claro que las corridas de toros lo hacen, pues inducen a la crueldad y el sadismo.
Permítanme reproducir unas cuantas líneas del artículo que motiva esta carta: “(...) al toro le pegamos siete u ocho espadazos y no moría (...), eso era sangre por todos lados, nunca voy a olvidar la respiración lenta y ronca de ese toro”. Del libro La hora de los jueces, del extorero Jorge Ross: “Es preciso estar mentalmente enfermo -o ser el engendro de una ignorancia tenebrosa- para disfrutar con la práctica de la crueldad”.
Felicitaciones a ustedes por abonar al sano vivir nuestro, y agradecimientos por publicar el susodicho artículo un domingo que, en verdad, contrabalancearía uno que dizque apareció en otro medio de comunicación y que promocionaba a la ‘Fiesta bárbara’. (O)
De ustedes,
Atentamente
Ing. Raúl Ávila M.