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Ocho días únicos en Mangahurco

Ocho días únicos en Mangahurco
02 de febrero de 2014 - 00:00

Luego de 934 kilómetros de viaje y 65 horas de periplo de tres días (en una ruta que arrancó en Shushufindi, pasó por Baños de Agua Santa, surcó Riobamba, visitó Machala, avanzó hasta Arenillas y culminó, temporalmente, en Zapotillo), Zoila Salazar, de 61 años, estaba a dos horas -y un poco más de 60 kilómetros- de su ansiado destino: Mangahurco.

El lunes anterior, en compañía de su hija, Cristina Casanova, de 29 años, se lanzaron a cubrir ese último tramo que las separaba de aquel espectáculo que unos días antes recién habían podido conocer a través de un reportaje de televisión. El viaje fue duro, la carretera que conecta a Zapotillo con Mangahurco es una vía improvisada, con pasajes en los que se debe atravesar ríos secos y complicado para cualquier automotor.

Pero ambas mujeres sabían que el esfuerzo valía la pena. Y al llegar a la planicie de la parroquia rural lo comprobaron. “Estuve enferma 2 meses antes de partir y  tenía que recuperarme para venir, gracias a Dios lo logré. No se puede describir lo hermoso de este horizonte amarillo. Ahora que llegué no siento cansancio, sino gozo y felicidad”, expresa Zoila con su sonrisa única.   

Las primeras lluvias de invierno de cada enero hacen que más de 42.000 hectáreas del Guayacán -árbol milenario de esta zona-, que durante el verano parecieran sin vida, se engalanen de amarillo por las flores que brotan de él. Después de ocho días, las mismas caen y el horizonte toma un color verdoso. Cuentan las voces más longevas de la población que las flores que se esparcen sobre el terreno polvoriento se vuelven en un poderoso afrodisiaco de los chivos que pastorean por el lugar.   

A Salazar le quedaba corto su vocabulario para manifestar el encanto que le provocaba ver esa postal. Su mirada -siempre fija en las flores- iba de árbol en árbol. No cesaba de comentar con su hija las “maravillas del señor” y lo agradecida que estaba por presenciar un evento que hasta hace poco era desconocido para ella.

Para cambiar esa situación -la del desconocimiento general sobre este espectáculo natural- el Ministerio de Turismo lanzó, desde hace tres años, una campaña de difusión del florecimiento de los guayacanes. Este esfuerzo motivó a que el mes pasado más de 5.000 turistas nacionales e internacionales abarrotaran la olvidada parroquia de Zapotillo.

Las fiestas en Mangahurco se iniciaron el fin de semana anterior y se extendieron hasta el lunes. Los “asistentes forasteros llevaron carpas para acampar junto al bosque amarillo para disfrutar del paisaje, que cada día deslumbraba más.

Los oriundos de Mangahurco aprovecharon la avalancha de turistas para intentar cubrir la aún deficitaria oferta hotelera -en el lugar solo hay un hostal con 20 habitaciones-. Como buenos anfitriones, los habitantes de Mangahurco ofrecieron durante toda la semana a sus huéspedes el plato típico del lugar: el chivo al hueco, un plato de exigente preparación que incluye la cocción -a carbón puro- de la carne del caprino dentro de una fosa de tres metros de profundidad, cubierto y enterrado sobre una plancha de zinc. El menú está listo en tres horas.

Jonathan Moisés Carvaca, de 23 años, es un guayaquileño que reconoce que dos años seguidos de trabajo le han traído grandes cantidades de estrés. Así que tomó sus vacaciones acumuladas y decidió partir -con cinco días de anticipación a la fiesta oficial- hasta Mangahurco. “Yo estoy acá desde el lunes 20, vine por la propaganda del Ministerio; en Internet veía las cámaras todos los días, cuando me enteré de que hubo la primera lluvia cogí mis maletas, mi carpa y me vine”, expresó Carvaca.

A unos metros del estudiante de gastronomía, un puñado de extranjeros -un amalgama de nacionalidades entre las que se contaban estadounidenses, mexicanos, chilenos y rusos- surcaban los polvorientos caminos en donde acampaban.

Andrew Muskal y Shelly Helsel, de Ohio, Estados Unidos, tuvieron que estar en el lugar para comprobar lo que habían escuchado vagamente. “Nunca habíamos visto algo así, nos comentaron de este lugar, pero no lo creíamos, hasta llegar a este paisaje maravilloso”, confesaba una deslumbrada Helsel que no daba descanso a su cámara fotográfica.

Pobladores y turistas desearían que este evento se repitiera más veces al año, pero los cuatro meses de lluvia en la provincia, por la situación geográfica, impiden que esto sea posible. Pero todos tienen esperanzas en que el impulso que recibirá este evento gracias a la difusión gubernamental pueda potenciar el turismo en esta zona del sur del país. Tanto locales como foráneos reconocen que lo que se ve por ocho días en Magahurco es algo tan único que todo el mundo debería verlo, al menos una vez en la vida.

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