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El Telégrafo

Zona de promesas

07 de junio de 2013

Me siento incómodo ante la necesidad de un 10% para que se regule le petición de una minoría. Uno menos y el Estado no tendrá la necesidad de garantizar mis derechos. Regular una construcción que no nace de la ley, sino de la sociedad. La institución de matrimonio, como parte de una tradición judeocristiana, entendida como una descontextualizada interpretación bíblica, no puede ser la regla gubernista para determinar quién tendrá acceso a la protección legítima del Estado. No parto del ateísmo, ni del materialismo, ni el género. Parto del Buen Vivir, de la valoración y el reconocimiento de nuestras diferencias, que cobija a todos los ciudadanos, no solo a los que son capaces de arracimarse en 10 por cientos.

En 1940, los afroamericanos en Estados Unidos no llegaban al 10%. Una buena razón para reconocerlos como ciudadanos de segundo ordenLo que estamos creando son ciudadanos de segundo orden. Estamos regresando a las dinámicas clasistas que apadrinaron la segregación como modelo de convivencia y dominación. Es una manera perversa de decidir qué proyecto de vida estaremos dispuestos, como Estado, a garantizar. No es suficiente tolerar. No es suficiente aceptar. No es suficiente respetar. Esto es el preámbulo de la exclusión. Es necesario reconocer. Ampliamente generar los espacios donde la comunidad GLBT no se convierta en un estigma forzoso, sino una variante más dentro de la multiplicidad que construye la sociedad.

Sin caer en el utilitarismo, debemos entender cuál es el objetivo del matrimonio, cuál es su función dentro de la sociedad y en qué momento reconocer la posibilidad de aceptar que más de un único y tradicional tipo de unión afectarán ese objetivo y esa función. Ser más rigurosos cuando calificamos la idoneidad de una pareja GLBT para criar un niño y dejar la absurda comparación con niños que crecen en familias verdaderamente disfuncionales y agresivas, donde la fortuna de tener un único padre y una única madre recae en que la paliza o el abuso serán más heterogéneos.

Es un terreno peligroso al que pretendemos entrar. La reivindicación de los derechos de la minoría no puede ser una decisión de la mayoría. En 1940, los afroamericanos en Estados Unidos no llegaban al 10%. Una buena razón para reconocerlos como ciudadanos de segundo orden.

Más allá de un curuchupaísmo medieval, no entiendo desde  dónde parten un presidente o un columnista o un ciudadano para determinar cuáles son los proyectos de vida que son institucionalmente garantizados.

Se ha avanzado mucho. Se ha visibilizado mucho. El debate está y eso es un terreno que se ha conquistado. Nos falta demasiado todavía. Y hay que seguir en la lucha.

“Tarda en llegar, y al final, al final, hay recompensa…”.

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