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El Telégrafo

Yasuní: discurso e incongruencia

23 de agosto de 2013

Es difícil encontrar una extendida congruencia idiosincrática dentro de la opinión pública. Dentro de la compleja esfera política no hay apuesta más segura, en un país megadiverso y ampliamente novelero como el nuestro, que apostarle a la preservación del medio ambiente. Lo hicimos constitucionalmente garantizando los derechos de la naturaleza. Lo hizo electoralmente el presidente Correa (y el candidato Rodas con Inés Manzano, y el resto de contendores que veían poco presidenciable hablar de “explotación responsable” en tiempos de campaña). Lo hace políticamente Guillermo Lasso como reacción a un reavivamiento medioambiental que derrocha espontaneidad.

El medio ambiente, publicitado a través del Yasuní ITT (pero mucho más que eso), se ha convertido, en los últimos años, en una columna fundamental para generar simpatía a través de su apoyo, y un alto costo político al momento de alterar el equilibrio ecológico a favor de la extracción. Es, sin duda, una causa loable. Y políticamente rentable, cuando te subes al vagón. El precio político que el Gobierno está pagando por su reciente decisión pone a prueba su capacidad de convocatoria, convencimiento y movilización mediática.

El problema de este modelo exitoso -según los parámetros que se   utilicen- es que genera, conjuntamente con el desarrollo, altos niveles de poluciónPero también cuestiona su congruencia y sus intenciones detrás de la extracción. La cuestiona a partir de lo que se busca como modelo económico. Su base dogmática y teórica. Y vamos, el mundo no nos ha fallado. El mundo ha fallado al mundo. Pero ya no queda claro si el Gobierno busca, necesariamente, un modelo alternativo de desarrollo, ese híbrido incomprendido del socialismo del siglo XXI y el Sumak Kawsay, o si regresamos a esa corriente moderna de desarrollo basado en la explotación de recursos como base para la creación de jerarquías productivas, que pueda, en el futuro, alejarnos del extractivismo, pero que necesariamente se basa en un extractivismo inicial.

El problema de este modelo, que ha resultado exitoso, según los parámetros que utilicemos para medirlo, es que genera, conjuntamente con el desarrollo, altos niveles de polución que llegan a un pico hasta que, en un punto evolutivo de la matriz productiva, vuelve a ser decreciente. Una suerte de curva de Kuznets invertida.

Pero esto es alinearse a ese mundo que ha fallado. Es resguardarse detrás del argumento: “Ustedes explotaron para desarrollarse, ahora nos toca a nosotros”. La incongruencia de un discurso que muta a manera que se choca con la realidad.

¿Cuál es, sin embargo, la alternativa? ¿De dónde vendrán los recursos? ¿De China? ¿Del FMI? ¿De recortes presupuestarios? ¿De reducción de la burocracia? ¿De reducción de la inversión pública?

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