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El Telégrafo

Yasuní desde el plano del discurso

27 de agosto de 2013

¿A quién no le duele lo del Yasuní? Sería difícil encontrar quien se diga feliz de explotar uno de los lugares más megadiversos del mundo. Sin embargo, las encuestas maliciosas realizadas en los días pasados sobre el tema –donde se arrojan porcentajes abrumadores a favor de la conservación del parque– no son otra cosa que una fotografía estática de la opinión ciudadana y que realmente no nos dice mucho sobre las percepciones alrededor del asunto. Sería como preguntar si uno prefiere la vida o la muerte, esa clase de preguntas banales y mal formuladas con respuestas unívocas que poco contribuyen a esclarecer las complejidades que se celan detrás de lo obvio.

Es preciso en este caso analizar el discurso del correísmo y la forma en la cual este proyecto va remodelando sus significantes originales y la gente, readaptando sus identificaciones. No hay nada intrínsecamente malo en eso, a menos que no creamos que las identificaciones políticas sean inmutables en el tiempo –lo cual es francamente insostenible. Lo que estamos viendo es una sustitución del significante “derechos de la naturaleza” con el significante “explotación sustentable, responsable y soberana”. ¿Qué significa esto? Significa que se registra una fractura y un reemplazo en la cadena que juntaba las diversas demandas sociales del correísmo, ya que esta cadena era demasiado amplia por un factor inconciliable  de facto entre algunas de las demandas en el corto-mediano plazo.

Lejos de implicar una caída del proyecto como buena parte de la izquierda infantilista desearía, esto conllevará a que el significante medio ambiental radical se ligue más estrechamente a la lucha indigenista, consolidando una tendencia ya en marcha. Aquí cabe, sin embargo, señalar que la lucha indigenista no es necesariamente la lucha de los indígenas, sino de aquellos que profesan una especie de burdo sociologismo esencialista, donde las identidades son atribuidas a priori. Los indígenas han votado en su mayoría para Correa y no para “su” candidato.

La consecuente inferencia es que el asunto del Yasuní no fortalecerá el bando a la izquierda del Ejecutivo -confirmando la paradoja de los movimientos sin pueblo-  ni tendrá mayores costos políticos para el Gobierno, ya que la mayoría de los que se sentían originalmente identificados con el significante medio ambiental ha progresivamente modificado su identidad. No existe confluencia –o más bien, equivalencia– entre significantes, sin que estos se modifiquen y contaminen en el proceso. Los que se mantienen en la resistencia a la incorporación equivalencial del significante medio ambiente en la cadena del correísmo –y por lo tanto a su remodelación– son aquellos que no aceptan que un determinado significante salga de su álveo original. Pero estamos hablando de un puñado de militantes, cuya testarudez intelectualista y purismo ético les impide comprender lo contingente.

En otras palabras, la ciudadanía entiende la importancia de la preservación ambiental para las futuras generaciones, pero ve con mayor prioridad la salida de la pobreza, con todas las difíciles elecciones que esta puede conllevar. A este objetivo está asociada una emocionalidad más alta, una pasión que deriva de la férrea voluntad de superar el degrado social en el cual sigue aún viviendo parte de la sociedad ecuatoriana, a pesar de los enormes esfuerzos y progresos realizados en estos años.

Por eso las encuestas publicadas por El Comercio –y todas las que saldrán de aquí hasta una eventual consulta sobre el asunto– son instantáneas que no entienden el dinámico entramado de los diferentes significantes que van modificándose en el imaginario ecuatoriano, el cual sigue encontrando en el proyecto de la Revolución Ciudadana su mejor intérprete.

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