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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Y si Rafael Correa no se presenta a los comicios presidenciales de 2017?

13 de noviembre de 2014

Es abrumadora la ‘reflexión política’ de las derechas y las ‘izquierdas’ sobre la reelección. Y no por abundante, sino por reiterativa y hasta extremadamente liberal, casi como si los fundamentos del liberalismo ahora salieran de su boca como una novedad o una inspiración histórica.

El argumento de fondo, al parecer, es que se distorsiona todo sentido de la democracia. En otras palabras, la reelección provoca lo que jamás ha ocurrido en otro país con el mismo sentido, como si España o Alemania no consintieran un sistema democrático por la existencia de esa figura.

Lo de fondo es algo que sobrepasa esa consideración aparentemente democrática y liberal: en realidad la preocupación neurálgica es si se reelige o no a Rafael Correa. Y eso ocurre porque, según cuentan, hay unas encuestas donde se ‘verificaría’ que, si el actual mandatario no es el candidato, el movimiento PAIS perdería las elecciones. Lo cual nadie puede asegurar porque, en política y en procesos electorales, nada está dicho hasta el mismo día de la votación.

Pero por otro lado, ¿qué pasaría si Rafael Correa decidiera no presentarse a esos comicios? ¿Se derrumba toda la teoría de la oposición de ‘izquierdas’ y derechas? ¿La democracia se fortalecería y tendríamos mejores días, instituciones, bienestar, economía, altos precios del petróleo, menos deuda pública, más consumo y toda la abundancia? ¿De verdad Rafael Correa es el ‘problema’ de nuestra democracia?

Si cada una de esas preguntas se respondiera, con absoluta sensatez por quienes ahora abogan por la democracia más liberal, quizá tendríamos una suma de sofismas que nos conducirían a conclusiones de índole perversa.

Lo que importa realmente, más allá de la reelección o no, es qué tipo de democracia imaginamos para nuestro país y si ese sistema político refrenda la misma intensidad puesta por Correa para sacudir sus propios esquemas y para superar al mismo modelo en favor de la gente pobre, la justicia y la equidad. Los verdaderos cambios, si vamos por ahí, deberían surgir de un amplio consenso político a favor de esa necesidad y perspectiva, y para ello la población debe expresarse en las urnas, sin limitación alguna.

A quienes ahora abogan por el liberalismo más extremo habría que recordarles que fue Alexander Hamilton (padre del liberalismo norteamericano y creador del Partido Federal de Estados Unidos, primera organización política de la historia de ese país) el autor de esta frase: “No existe nación que no haya experimentado la absoluta necesidad de hombres particulares en situaciones particulares, para la preservación de su existencia política”.

¿Durante estos casi ocho años la oposición no ha tenido las condiciones para disputar la Presidencia más allá de alguna consideración personal? ¿La defensa que se hace ahora de la Constitución y de sostener la alternabilidad fue uno de los argumentos para votar su aprobación en 2008?

Si por lo menos tuviésemos en los discursos de esas derechas e ‘izquierdas’ una franqueza más abierta para decir lo que en verdad les molesta, quizá hasta el debate cambiaría de eje y la reflexión obtendría otros insumos para pensar de verdad en la democracia que queremos para estos tiempos.

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