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El Telégrafo

¿Y qué son los partidos hoy?

15 de agosto de 2012

Por encima de cualquier ortodoxia, los partidos políticos son, conceptualmente, una postura ideológica que cohesiona aspiraciones individuales sobre las decisiones trascendentes de la vida y hasta fragua las relaciones entre individuos a través de un programa y unos principios. Eso, que parece obvio, no ocurre en Ecuador en la mayoría de organizaciones políticas que aspiran a la Presidencia de la República y a las curules de la Asamblea.

Salvo dos o tres excepciones muy reconocidas e identificables, esas organizaciones se han revelado en todo lo contrario a lo planteado al inicio de este artículo: no hacen vida partidista (formación, presencia y participación de la gente en su vida orgánica), por querer ganar unas elecciones, no fijan principios claros y determinantes sobre todo lo que implica la vida; se vuelven faranduleras, pensando que la lógica del show televisivo se debe trasladar a la política como calco; convocan a su “militancia” desde un manejo mercantil y publicitario (sin una sola postura ideológica clara) casi como ir a un mall en búsqueda de una supuesta felicidad anodina.

¿Vemos actos públicos o convenciones formales que transparenten la razón real de esas organizaciones que se llaman políticas? ¿Basta con un acto “multitudinario” orquestado por una empresa de actos masivos que lo mismo arma una carpa para recibir a un cantante que a un ex banquero o un empresario bananero?

La política, a pesar del gran desprestigio en el que cayó desde los ochenta en el Ecuador, iba recuperando un sentido y una posibilidad: convertirse en la acción colectiva para afrontar nuevos retos con base en una Constitución fraguada por mucha gente en largos años de lucha social. Y, ahora, con un nuevo Código de la Democracia, parece que éste se convirtió en una camisa de fuerza para las prácticas más mercantiles y corporativas de quienes se autocalifican de líderes.

Y eso pasa también porque en las izquierdas están confundiendo al partido con el sindicato, la organización indígena o la directiva de la federación de estudiantes (con banderas “particulares” para problemas colectivos) y las derechas con el directorio de un banco o de una empresa, y si no, con la sociedad anónima para garantizar y exigir rentabilidad al “gerente” que debe ser colocado en la Presidencia.

De ahí que el “escándalo” de las firmas debe servir para debatir en los medios no solo cuánto gana o pierde el partido de gobierno, sino también sobre cómo la sociedad asume la tarea de hacer política con organizaciones que se presenten, actúen y piensen como tales todo el tiempo.

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