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El Telégrafo

¿Y qué hacemos con el Yasuní?

07 de julio de 2013

Estamos en el límite. Y hay momentos donde las decisiones adquieren su peso específico. A partir de ellas los acontecimientos se convierten en razones o hechos para transformar la realidad, sobre todo si se sustentan en el bienestar común.

La inédita y vigorosa propuesta de dejar enterradas, indefinidamente, reservas  de 840 millones de barriles de petróleo (para evitar la emisión de 407 millones de toneladas de CO2, el principal gas que provoca el cambio climático) no ha recibido la respuesta que se esperaba por parte de la comunidad internacional, especialmente de aquellos países que son los mayores causantes del denominado calentamiento global.

Incluso no ha sido suficientemente efectiva la gestión de la entidad denominada Iniciativa Yasuní ITT. Se ve mucha publicidad, viajes, stands, spots, reuniones con ampulosos escenarios, pero los resultados son pobres en relación a lo que se  necesita para concretar este anhelo.

¿Fue solo la crisis económica mundial la causa de que los países más desarrollados no contribuyeran al financiamiento? ¿Aplicamos la estrategia más adecuada para seducir y convencer al mundo de un hecho por demás valioso y simbólico? ¿Empleamos la lógica publicitaria más idónea para un “producto” que quizás requería otro concepto y visión?

Pese a la publicidad, viajes, stands, spots y reuniones con ampulosos escenarios,  los resultados son pobres en relación a lo que se esperabaBien sabemos que el Parque Nacional Yasuní cuenta con 982.000 hectáreas de bosque húmedo tropical. Dentro de su territorio se encuentran  500 especies de aves, 173  de mamíferos, 62  de serpientes y 100 de anfibios. Y, sobre todo, dos pueblos en aislamiento voluntario o no contactados. Por lo mismo, con estos datos, ¿había que manejar la estrategia desde la lógica del  show mediático y con las iniciativas propias de la publicidad comercial tradicional?

Evidentemente no es fácil seducir al mundo entero, involucrado en el mayor consumo de energías fósiles, embarcado en la explotación indiscriminada de recursos naturales para satisfacer demandas industrialistas devoradoras.

Por ello también estamos ante la mayor encrucijada de nuestra existencia como país y proyecto histórico de nación: o entramos en una fase de desarrollo para el bienestar general usando los recursos que nos provee la naturaleza o dejamos el petróleo enterrado y aplazamos la solución de los problemas fundamentales, a expensas de tener recursos por otras vías y en plazos más lejanos.

Frente a esto, ¿qué nos dirán las generaciones futuras? ¿Cómo asumimos una responsabilidad mundial de no favorecer al calentamiento y, en consecuencia, al deterioro de nuestro único hábitat? ¿Desde qué razones humanas y sociales justificamos la explotación de esos 840 millones de barriles de petróleo, que a un promedio de 100 dólares por barril significarían alrededor de 8 mil millones de dólares?

Difícil y delicada -hasta diría comprometedora- la decisión que deba tomar el Gobierno ecuatoriano. La balanza parece inclinarse a favor de la explotación de ese petróleo, pero desde el otro lado (de quienes defienden a ultranza que no se lo explote) no hay una salida ingeniosa para solventar el financiamiento para salir del extractivismo.

Desde una visión absolutista y hasta “salomónica”, con la cual se queda bien con Dios y con el diablo, se podría decir que el petróleo se quede enterrado. ¿Qué otras alternativas hay? ¿Explotarlo de la manera más técnica y con todas las reparaciones y compensaciones que hagan falta?

Por tanto, la solución es de carácter absolutamente político y con ella se definirá lo expresado al principio de este comentario: la decisión adquiere un peso específico para transformar la realidad.

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