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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Vuelta a lo popular

16 de junio de 2015

La coyuntura nacional no se presta para ser descrita con palabras melindrosas e ineficaces. La Revolución Ciudadana vuelve, tras un extraviado zigzagueo durado demasiado tiempo, a reclamar ese papel que se había atribuido inicialmente: un papel popular, de redención de las frustradas aspiraciones de las grandes mayorías, hecho de conquistas sociales y rupturas históricas. Digámoslo: vuelve a representar el pueblo golpeando las fuentes sincrónica y diacrónica que abrevan el abrumador privilegio de su histórico enemigo: la plusvalía y la herencia.

No puede caber la menor ambigüedad en el juicio sobre una medida que beneficia a las entrañas de un país empobrecido, envilecido y humillado históricamente por élites rapaces e indiferentes a las razones de los más débiles. Es por eso que la posición de la izquierda radical, que aprovecha de la ocasión para pedir la salida de Correa, es particularmente irresponsable: porque es donde demuestra ser incapaz de conjugar sus legítimos objetivos políticos con un análisis histórico de la situación. Podría decir: Correa no nos gusta, ¡pero a cerrar filas contra las élites más rancias! Lo contrario es craso oportunismo e infantilismo.

Quizá, si la Ley de Herencia es criticable lo es por no intentar subvertir de forma más radical las asimetrías socioeconómicas que caracterizan tristemente el país. Apenas introduce un pellizco de sentido común, un criterio de justicia social. Pero entonces: ¿por qué el amotinamiento? ¿Por qué se cristaliza el odio furioso de una clase media que ni sería afectada por la medida? La cuestión no es una bagatela y ahí es donde no puede dejar de haber un momento autocrítico.

Los periódicos aprovechan de la situación para sembrar fárragos tergiversadores, que contribuyen en crear aquella confusión donde puedan albergar tentaciones indecibles. ¿Pero no deberíamos haber saneado el campo de esas eventualidades? La ausencia de Correa durante la semana pasada ha dejado evidente la ausencia de otros liderazgos internos al campo popular, capaces de sedar la protesta y explicar el carácter progresista de la ley. ¡Pequeños coroneles sin tropas que les escuchen! ¿Y acaso no se vislumbra también la carencia del trabajo pedagógico de la Revolución Ciudadana? Demasiado tiempo se ha empleado en denostar al adversario antes que en explicar por qué es tal. Así la gente deja de entender quién es realmente David y quién Goliat.

Con el humilde atrevimiento de siempre, me permito insinuar unas sugerencias para salir de este impasse: que esta vuelta a lo popular, que este redescubrimiento de la lucha contra las élites no sea una infecunda llamarada, sino una ocasión de refundación del proyecto. Volvamos a las raíces, volvamos a los mandantes: ¡referéndum sobre la Ley de Herencia! Pero sin recular, más bien con más osadía: ¡que la propuesta contemple más tasas aún para los ricos desfachatados! Y si queremos redescubrir nuestra genealogía popular volviendo a dar espacio a la participación, seamos radicales hasta el fondo: ¡referéndum también sobre reelección indefinida y Yasuní! Solamente poniéndonos enteramente en discusión se hará genuino el compromiso con el empoderamiento popular, con la democracia directa y radical: trasladando el poder desde arriba para abajo. (O)

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