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El Telégrafo

Voto en el exterior

14 de septiembre de 2012

Es propósito de los gobiernos posneoliberales la extensión de los derechos ciudadanos. Contra la propaganda conservadora que los presenta como supuestos limitadores de garantías, a menudo las han ensanchado, así como han multiplicado las opciones de participación política y decisional de la población.

Hoy se discute en Argentina, por iniciativa del Gobierno, la posibilidad del voto desde los 16 años de edad; la actual edad inicial de 18 es obviamente un umbral imaginario, que en otras épocas estaba a los 21 años. Cabe discutir la iniciativa (y se está haciéndolo); lo que no cabe es escandalizarse burdamente, como si hasta los 17 años con 364 días de edad se fuera inmaduro, y al cumplir 18 años se desatara vaya a saber qué función neuronal que nos haría súbitamente adultos y aptos para el ejercicio electoral.

En Ecuador se cuenta ahora con el voto de los emigrados. Aquellos que, las más de las veces, debieron dejar su país, su querencia, su territorio, sus costumbres y seres amados, para intentar una mejora social en latitudes lejanas. Aquellos que recalaron en sitios anónimos y desconocidos, que lucharon contra la discriminación y el abandono. Los que han llevado la bandera de su patria a sitios y fronteras que jamás habían reparado en ella.

Es duro emigrar. Nada tiene que ver con el viaje momentáneo, con la beca, o menos aún con el periplo turístico. Es salir para volver muy rara vez, para no volver por largo tiempo, o quizás nunca. Es extrañar horarios, olores, comidas, paisajes, giros verbales. Es condenarse a negar el propio pasado para no reabrir la herida de la memoria.

Se ha abierto la posibilidad de que voten los emigrados; es la restitución de un derecho. Algunos dirán que votarán por obligación, por la cartilla; pero hay que admitir que eso ocurre también con algunos de los que viven en el propio territorio. En todo caso, los emigrados tienen ahora la posibilidad de un protagonismo sobre el país que dejaron, en el que están muchos de sus familiares, y al cual muchos de ellos piensan regresar.

Es un dolor menos en su vida, seguramente. A la hora del conteo de ciudadanía, aquellos que debieron dejar el territorio pueden levantar la mano y anunciar masivamente su presencia. Y reconectarse con su pasado y su historia, sabiendo que aún son considerados como parte activa del destino y de las decisiones políticas y sociales que creyeron tener que dejar cuando su emigración.

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