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El Telégrafo

Voto castigo

25 de febrero de 2013

El cambio de época se evidencia cuando el pueblo ecuatoriano aprendió a distinguir entre el voto de respaldo para premiar a quienes trabajan a su favor y el voto de castigo para sancionar a los desertores, los traidores, los oportunistas, los envenenados, los odiadores, los amargados, los “contreras”, los arribistas, los payasos, los apátridas, los mercenarios, los farsantes, los “chuchumecos”, los “pelucones”… A los que les calcen los guantes que se los chanten y ojalá que les alcancen para todos los derrotados que han sido castigados.

Como que si nos hubiéramos puesto de acuerdo y nos hubiéramos confabulado para darles esta muerte lenta y envolverlos a todos en una misma mortaja, aunque entre ellos no se soporten porque se conocen y se detesten.

No pueden echar la culpa a nadie en particular del estruendoso fracaso ni de la fenomenal tranquiza, porque el castigo fue vertical y horizontal cubriendo todo el territorio nacional.

Claro que del castigo se salvaron raspando algunos como Páez, Tibán, Gilmar, y otros de menor cuantía. Pero la gran mayoría que falsificó firmas, que usó lenguaje soez y negativo para insultar al enemigo único, que no propuso nada positivo, que no tuvo más que odio y rencor, finalmente recibió su merecido castigo.

El país anocheció rutilante, luminoso, cuando constató que no era una casualidad ni hecho aislado: hubo un contagio por la base social, una coincidencia para castigar a los mediocres, a la plutocracia, a los rezagos de la partidocracia.

Cuánta arrogancia la de algunos que se ofrecían como candidatos presidenciales creyendo que podían embaucar al pueblo que demostró un alto grado de conciencia, y ni siquiera los admitió como asambleístas.

Cuánta prepotencia la de aquellos que utilizaban los micrófonos y las pantallas con una publicidad despreciativa de la inteligencia ciudadana.

Es evidente que la democracia se construye con acontecimientos como el que acaba de vivir todo un pueblo que tiene una reacción radical, espontánea, severa, impensada, que demuestra la voluntad colectiva de cambio para avanzar sin mirar para atrás.

Como dijo el poeta Neruda: Pensemos antes de entrar porque nos será difícil volver.

Que esa mayoritaria conducta de castigo se convierta en un ejemplo universal.

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