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El Telégrafo

“Viva Manuel Serrano”

10 de febrero de 2012

Aquella frase  desafiante, inmersa en una melodía popular que evoca las  hazañas militares del general Manuel Serrano, la escuché por primera vez en el hogar  de sus descendientes. De igual manera y de la misma fuente  conocí hechos fundamentales de su hombría de bien, las acciones a favor  del  terruño, de su trágico e injusto destino y la calidad de su existencia;  y  por respeto a su memoria, debo intentar  asumir con toda humildad  el  relato  sucinto y verdadero de su heroica  sustantividad.

Oriundo de Machala, Manuel Serrano fue uno de los ecuatorianos provenientes de la burguesía rural  que cerró filas  junto al ínclito caudillo radical Eloy Alfaro, y como  tantos nacidos en ese entorno -Luis Vargas Torres, Nicolás Infante Días y otros- entregó su fortuna personal y, más tarde, su vida a la causa de la revolución.
Aún a despecho de pocos historiadores que han querido denostar la figura de Alfaro y “sus tenientes”, el coexistir de él  y los otros  masacrados  en esa fecha nefasta corresponde a existencias denodadas  y valiosas,  sus obras están perennizadas en el tiempo y,  por tanto, las perversas intenciones de quienes  solventan  su descalificación histórica, o su invisibilización,  solo tienen  eco  en las tinieblas del oscurantismo.

Las actuaciones  del general Serrano, tanto en el campo castrense como en el  civil, fueron destacadas, y se inician en 1882 como rebelde activista contra la dictadura de Ignacio de Veintimilla. Desde ese  entonces  solventó la organización de una milicia campesina, cuyas armas y pertrechos  fueron sufragados por él. Logró brillantes triunfos  en su lugar de nacimiento, más tarde se integró a las huestes alfaristas formadas  por montubios y negros  que ingresaron victoriosos a Guayaquil, el 9 de julio de 1883, después de la fuga de aquel  que Juan Montalvo denominara  “Ignacio de la Cuchilla”.

Tiempo después, cuando el Ecuador fue conmovido hasta los cimientos, por el  crimen  del alquiler de la bandera nacional  y observando que una  nación  amortajada por el dolor vergonzante y la ira santa  percibía  impaciente  con los labios y los puños apretados  cómo los grandes culpables: el renunciado presidente de la República, Luis Cordero; el jefe del Ejército,  Flores; y el gobernador del Guayas, Caamaño; convictos y confesos del  oscuro negociado con el lábaro patrio, se escapaban  de la justicia, con la complicidad del presidente en funciones Lucio Salazar, que había pactado previamente con  el general Andrade, sublevado contra el régimen en las provincias del norte de la Sierra, se produce el pronunciamiento de Chone el 5 de mayo de 1985.

La  pronta reagrupación de las guerrillas alfaristas en tierra manabita alientan a Manuel Serrano  para que “vele sus armas” y el 9 de mayo triunfa en El Oro y toma su capital,  en coordinación con las tropas que marchaban desde Manabí;  y las que lo hacían desde Guaranda deciden rodear el puerto principal  ante las noticias de que una junta de notables  impedía el regreso del “Viejo Luchador” a la patria que anhelaba su regreso.

En las presidencias  de Alfaro,  surgidas después de los laureles de Gatazo, al general Serrano se lo nombró Jefe de Operaciones para debelar los motines de  derecha en el Azuay  y en la provincia orense donde rindió a los facciosos. El aciago 25 de enero de 1912  fue arrancado de su hogar,  conducido a la Gobernación del Guayas y presentado frente a Leonidas Plaza. Intentaron obligarlo a firmar una claudicación vergonzosa y su renuncia al grado de General, obtenido en  varias batallas.  Prefiriendo la muerte decretada antes que la deshonra,  acompañó a Eloy Alfaro al martirio y a la eternidad.

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