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El Telégrafo

Vieja izquierda y nueva izquierda

25 de octubre de 2012

Tras la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, un silencio de tumbas recorrió a la izquierda universal, todavía estupefacta por lo ocurrido. Por su parte, la derecha capitalista celebró a grandes voces su triunfo y proclamó “el fin de la historia”, es decir la clausura de la lucha de clases. Pero la realidad es porfiada y volvieron a emerger fenómenos como la Revolución Zapatista, que mostraron que la historia continuaba, con toda su explosiva conflictividad.

Fue así como volvieron a alzarse voces que planteaban la necesidad de construir una nueva izquierda, que reivindicara los intereses populares y se orientara a la búsqueda de una sociedad más justa y humana, regida por principios de protección social y equidad distributiva, pero sin los vicios burocráticos del viejo “socialismo real”. Desde entonces, se ha desarrollado un rico cruce de ideas en la izquierda mundial, sobre los métodos de lucha, las formas organizativas y los perfiles de esa ansiada nueva sociedad de justicia.

En el caso de América Latina, la emergencia de una renovada corriente de gobiernos nacional–populares ha incentivado ese debate ideológico. Han surgido corrientes de pensamiento como la del “Socialismo del Siglo XXI” y se han reactivado teorías como la del “Nacionalismo Revolucionario”, que tuvieran fuerte presencia en el siglo XX. En general se trata de ideas que ponen el acento en la reivindicación de los intereses populares y la soberanía nacional, el combate al neoliberalismo, la protección del mercado interno y el estímulo al capital productivo sobre el especulativo.

Naturalmente, esas ideas y proyectos han entrado en conflicto con la vieja partidocracia de derecha, a la que los pueblos han despreciado, aunque los medios de comunicación buscan sostenerla o reemplazarla como oposición activa. También han chocado y chocan con los rezagos de una vieja izquierda que nunca superó su discurso leninista ni su espíritu sectario y que insiste en verse a sí misma como la vanguardia del pueblo, aunque ese pueblo la dejó al margen de su camino.

Esa vieja izquierda, crecida en la marginalidad política o en minúsculos ámbitos conspirativos, se cargó de recelos, paranoias y radicalismos, que a veces la llevaron al oportunismo. Así, hubo algún partido que tenía un discurso radical, pero que, buscando insertarse en la política real del país, apuntaló una y otra vez al sistema, prestando a sus militantes más destacados para ministros y embajadores. Y no ha faltado la organización que, deseando mostrarse como la más radical de todas, instituyó el garroterismo como método para atacar a sus enemigos o rivales de izquierda, a la vez que servía por debajo a la derecha más agresiva.

Frutos de esa vieja izquierda son también esos “intelectuales críticos” que hoy pueblan las páginas de la prensa de derecha, a la que aportan interpretaciones sesgadas y odio soterrado contra la Revolución Ciudadana. Solo que ayer ejercitaban sus armas intelectuales contra el sistema capitalista y en nombre del pueblo, y hoy lo hacen contra un gobierno revolucionario y en nombre de la libertad individual. Voluntaria o involuntariamente, por rencor o por envidia, ellos le hacen el juego al proyecto de la derecha y el imperio.

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