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El Telégrafo

Vicios políticos

26 de julio de 2012

Si hay algo que lastime la conciencia moral de la sociedad es la doblez y el oportunismo de algunas personas y personajes. Algunos caminan por la vida muy sueltos de huesos, prevalidos de su importancia, e incluso se creen colocados por encima del bien y del mal. Otros van siempre pegados a las paredes, buscando una sombra donde ocultar su paso, tratando de pasar desapercibidos entre el ruido cotidiano. Empero, unos y otros comparten esos vicios sociales y se pasan la vida jugando a dos o más ases, para ver si alguno les resulta triunfador.

Pero si esto es detestable como actitud humana, lo es más todavía en el mundo de la política, donde se espera de las gentes que participan en ella una definición ideológica, una afiliación clara o al menos una cierta orientación personal. Y resultan realmente admirables, o al menos respetables, las personas que participan en la vida pública mostrándose como son y como piensan, con una identidad política definida, e incluso en plan de promover y defender abiertamente sus ideas, posiciones o afinidades.

Por desgracia, estos son los menos, pues los más forman parte de esa fauna política ávida de poder, influencia y buenos sueldos, donde reinan la doblez, el oportunismo y el transfugio.

Recuerdo los viejos tiempos de mi infancia y juventud, donde las gentes gustaban de mostrar abiertamente su militancia política o afinidad ideológica y tenían a orgullo ser conservadores fervientes, liberales de hueso colorado, socialistas inconformes o comunistas críticos del sistema. Pero vino el velasquismo, con su demagogia, y descalabró partidos e ideologías, abriendo puertas a la acción de oportunistas, arribistas, tránsfugas y “hombres enloquecidos por el dinero”, según la certera definición de Carlos Julio Arosemena.

Desde entonces, proliferaron los velasquistas de derecha e izquierda, mezclados en variopinta y alegre confusión, siempre listos a “servir a la patria” y a “sacrificarse por el país”. También proliferaron las empresas electorales grandes y pequeñas, nacionales y provinciales, donde el viejo caciquismo liberal y conservador halló nuevo espacio para florecer. Y también proliferaron los nuevos ricos de la política y los politicastros que cargaban en su cartera un carnet de cada partido.

Así, en las últimas décadas del siglo XX, hubo políticos profesionales que ostentaban con impudicia el dudoso récord de haber transitado por casi todos los partidos del país, siempre en busca de mantenerse en el candelero legislativo.

No hay que extrañarse, pues, de que la doblez y el oportunismo sigan floreciendo en la política ecuatoriana, donde vemos actuar como opositores a quienes ayer no más eran altos funcionarios del régimen y viceversa, y donde una colección de rábulas y oportunistas se dedica a cocinar las más insólitas alianzas, siempre en busca de seguir lactando de la teta legislativa.

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