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El Telégrafo

Vargas Llosa o el intelectual esquizofrénico

30 de agosto de 2012

Cuando a comienzos de este año terminé de leer “El sueño del celta”, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, me conmoví por la compleja construcción estética de un personaje profundamente humano, idealista consecuente, lleno de errores y contradicciones, solitario, secretamente homosexual y creyente: el patriota irlandés Roger Casement.

Al mismo tiempo, me impactó la crudeza con la que el autor desentraña el proceso de acumulación capitalista basado en la esclavitud. Por lo dicho, cuando escucho a Vargas Llosa predicar sobre la democracia liberal y la economía de mercado no me queda nada más que el estupor y cierta tristeza ante la contradicción casi esquizofrénica que existe entre su discurso literario y su militancia política.

Su artículo “Julian Assange en el balcón” (El País, el 26 de agosto) es una muestra del discurso mediático de la derecha internacional a través de su intelectual orgánico. Muy a pesar de que ahí Vargas Llosa propone una interesante reflexión sobre la confidencialidad que requiere el ejercicio responsable del poder, terminó mediatizado –por esa misma derecha de las empresas de la información para las que piensa Vargas Llosa–, como una amalgama de superficialidades malhumoradas sobre Assange y un pretexto para ratificar sus prejuicios y mentiras acerca del gobierno de Rafael Correa.

Su reflexión propone dos puntos de debate: “que la otra cara de la libertad es la legalidad y que, sin esta, aquella desaparece a la corta o a la larga”, y que “el derecho a la información no puede significar que en un país desaparezcan lo privado y la confidencialidad y todas las actividades de una administración deban ser inmediatamente públicas y transparentes”. Este parecería ser el meollo de la cuestión filosófica frente a lo que hizo WikiLeaks en el mundo: dejar en paños menores nada menos que al servicio exterior de EE.UU.

La pregunta que surge es obvia: ¿qué diríamos desde la izquierda si lo que hubiese quedado al descubierto hubiesen sido los cables, digamos, de la cancillería cubana o de la ecuatoriana, sin ir más lejos? Assange y WikiLeaks, en ese sentido, parecerían encuadrarse en una posición anarquista y libertaria, en el sentido liberal del término, para minar el poder del Estado per se y, por tanto, en una concepción de la libertad de expresión sin límite alguno ni responsabilidad social y/o política. El meollo del debate reside en la tensión entre transparencia y confidencialidad que todo ejercicio de gobierno democrático lleva implícito de cara a la ciudadanía.

Pero Vargas Llosa hace mucho tiempo que tomó partido ideológico y político y ya no debate sino que predica.  Él considera a Assange como un criminal, sin mediaciones; además, convertido en vocero de lo que es una campaña montada por el poder mediático –que no es sino la representación del imaginario del poder del capital en el mundo– contra Assange, lo degrada a criminal sexual. Esta posición de Vargas Llosa no es la de un intelectual sino la de un propagandista.

Él desestima la indefensión en la que el Estado australiano dejó a su ciudadano Assange, la negativa de la fiscalía sueca para interrogarlo en Londres y la ausencia de compromiso en firme del Estado sueco de no extraditarlo a un tercer país. Vargas Llosa pretende que somos desmemoriados y que no recordamos cuando Reino Unido se negó a extraditar al dictador Pinochet requerido por la justicia española y obligó al juez Baltasar Garzón a viajar a Londres. Y, cayendo en la mediocridad de las verdades a medias, evita explicar el carácter del delito sexual que se le imputa a Assange y lo sospechoso, por decir lo menos, que resultan las denuncias al respecto.

Luego, sin tomar en cuenta que la institución del asilo no juzga la inocencia o culpabilidad de aquel a quien se le concede asilo sino las condiciones de precariedad del debido proceso de una persona, sin referirse siquiera a la amenaza de Reino Unido de asaltar la sede de la embajada de Ecuador en Londres, y sin entender que la negativa de otorgar un salvoconducto a un asilado es una actitud ilegítima e inhumana, Vargas Llosa criminaliza al Gobierno ecuatoriano y defiende a quienes pretenden violar el derecho internacional.

Vargas Llosa, que escribió “Conversación en La Catedral”, una magistral novela sobre el ejercicio del poder autoritario y los mecanismos de corrupción del espíritu humano en medio de dicho poder, debería acordarse, puesto que en esa época se desarrolla dicha novela, de que una actitud similar la tuvo el dictador Odría, de Perú, frente al asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia.

El artículo completo de Raúl Vallejo lo puede leer en http://acoso-textual.blogspot.com/.

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