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El Telégrafo

Valores perversos

18 de junio de 2012

Es apremiante tomar conciencia de la necesidad de formar a los seres humanos con una escala de valores éticos y morales que conduzcan al mejoramiento de la sociedad, y este compromiso debe asumirse desde la edad primera para evitar lo que pasa con los árboles cuando crecen torcidos y nadie los puede enderezar.

Es un compromiso de todas las sociedades y en todas las épocas, de modo que no tenemos por qué avergonzarnos de ser como somos y decirlo sin ambages.

Lo malo sería que no estemos dispuestos a mejorar ni a crear conciencia de ello en los demás. Si se comete una transgresión a la ley, un delito, no es dable el argumento de que lo cometió una persona de especial naturaleza, y por eso deberá propiciarse la impunidad.

Si un niño comete un acto negativo puede perdonarse, lo imperdonable es que utilice el argumento de “yo no fui” porque la mentira sí es una grave falta que se convierte en costumbre, equivalente a la torcedura del árbol.

Si un adolescente, antes o después de cumplir 18 años, comete un asesinato en calidad de sicario, no se lo puede sancionar en función de la edad, sino por la gravedad del delito.

Si un hincha de fútbol es asesinado, como ocurrió con un joven en Quito y su autor goza de impunidad, no es admisible que quienes agredieron a un policía en el estadio de Guayaquil aduzcan que por ser fanáticos no deban ser sancionados, con independencia de los equipos de fútbol por cuya bandera se cometen estas atrocidades.

Valores perversos como: “negar es padre y madre”, o “hecha la ley hecha la trampa”, o “soy un perseguido político” son aberraciones inadmisibles.

Desde algunos medios de comunicación se patrocina la búsqueda de la impunidad con argumentos de que el delincuente es un “actor social”, “dirigente político”, “periodista o comunicador social”. Igual si la autoridad competente clausura algunas radios porque no cumplen sus pagos por las concesiones de las frecuencias, o si directivos de las universidades cerradas estafan a los jóvenes incautos que creyeron en sus cantos de sirena.

El día en que se castiguen los delitos por las infracciones cometidas y no por la naturaleza de las personas, a fin de evitar que los señoritos sean absueltos y los de poncho condenados, se habrá impulsado de verdad una revolución cultural que no admita la vigencia de la perversidad en los valores humanos.

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