Karen era pecosa, de nariz respingada y ojos verdes. Esa noche de navidad, con hambre y frío, estaba cumpliendo 17 años, y pedía monedas en una estación del metro en Berlín. A pocos metros, Tomás, su novio hacía lo mismo.
Entonces llegó un hombre setentón y la invitó a su departamento para compartir la cena de navidad. “No soy puta”, dijo la niña. El hombre aclaró que vivía solo, que no quería estar triste, y que podía invitar a su novio. Felices, los tres caminaron hasta el domicilio, a dos cuadras. Comieron pastelillos y calentaron unas presas de pavo que olían delicioso. Dos o tres bromas, cigarrillos y una copita de vino, para empezar. Aquello era, sin duda, un milagro de navidad.
Como Karen estaba un poco desaliñada, el hombre le dijo que podía disfrutar de la bañera: agua tibia, jabón, perfumes. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, de tanta gratitud. Y allí estaba, sumergida, cuando miró a sus espaldas. El viejo estaba con los pantalones abajo, acariciándose. Con un gesto, le pidió silencio a Karen. Ella le gritó un insulto, y en ese momento el novio de Karen entró violentamente. La puerta lo golpeó y cayó a la bañera. El joven lo agarró por el cuello y le hundió la cabeza en el agua, un rato, hasta que dejó de respirar.
Pasado el momento de terror, los chicos dejaron al hombre hundido en la bañera e intentaron organizarlo todo, simulando un accidente. Rebuscaron en el departamento, encontraron algunos billetes, borraron huellas, salieron, y a los pocos metros se encontraron con una vecina miope. Días más tarde, cuando la policía descubrió la muerte, la mujer describió a los jóvenes que se alejaban del edificio. Karen y Tomás fueron citados como sospechosos, pero no se pudo comprobar nada.
Quedaron libres. Pasaron los años. Karen y Tomás se casaron, tuvieron hijos. Ella trabajaba como dependiente y Tomás era jefe de departamento de algún almacén importante. El pasado parecía inexistente y todo iba muy bien, hasta que la ciencia descubrió aquello del ADN. La policía los citó para un examen. Las muestras no mentían y los detuvieron. Confesaron todo. A su favor, el juez señaló que estaban totalmente integrados a la sociedad y que no encarnaban ningún peligro, así que a las pocas semanas los dejaron en libertad condicional. Esta historia me la contó Ferdinand Von Schirach, un abogado alemán. Y me contó, también, que nunca se supo de dónde salió la pistola.
Karen y Tomás se fueron a un bosque. Él le disparó a ella en el corazón y luego se voló la cabeza. Y no quisieron hacerlo en su casa porque hacía poco habían pintado las paredes. En el ajedrez los sacrificios son alegría. Y a diferencia de la vida, nunca producen un nudo en la garganta.