Por un lado, no se puede afirmar que todos en el mundo universitario están de acuerdo con que es necesario un cambio radical y profundo de lo que ha sido la universidad ecuatoriana. Y no todos porque aún hay quienes afirman con sagacidad que la universidad en las condiciones en que se encontraba estaba bien.
Por otro lado, desde el Estado se ha pretendido cambiar el sistema universitario cueste lo que cueste bajo el argumento de que la sociedad ecuatoriana exige un sistema acorde a sus necesidades; eso suena bien y lógico, pero desde la propuesta a las acciones ha habido una serie de sucesos que hacen que se cuestione el fondo y la forma de cómo se están haciendo las cosas para alcanzar ese fin.
La nueva categorización ha dejado atónito a más de uno. Un caso ejemplar es el de la PUCE, que fue categorizada en la B. Universidad con una larga trayectoria investigativa y que QS World University Ranking la coloca como la primera universidad ecuatoriana y una de las 100 de América Latina.
Entonces, la pregunta es hacia dónde va la universidad ecuatoriana. Dentro de poco comenzará la evaluación de las carreras y en las mismas quiénes son los profesores que dictan las materias. Esos profesores requerirán ser expertos en los temas, cosa razonable, pero en teoría porque la realidad ecuatoriana no es esa.
Aunque el objetivo es coherente, la realidad supera a ese objetivo ya que como tal no está ajustado a la realidad histórica del Ecuador y se requiere más procesos objetivos a nuestra condición para impulsar los cambios estructurales en la educación superior. Caso contrario es claro el panorama de que será necesario importar profesores en todas la áreas porque las opciones de doctorados en el país son escasas y tienden a ser excluyentes, empezando por los costos a pagar, etc.