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El Telégrafo

Uni y multilateralismo en la crisis siria

10 de septiembre de 2013

La crisis siria desmiente con fuerza a los que se habían ilusionado con que el regreso al poder de los demócratas hubiera mágicamente disipado todas las pretensiones intervencionistas de EE.UU. Obama, quien parecía traer una ola de frescura tras años caracterizados por un atroz oscurantismo, tropieza ahí donde sus sostenedores habían ingenuamente soñado. EE.UU. no ha dejado atrás el unilateralismo para abrazar espontáneamente un modus operandi negociador. La continuidad histórica de la política exterior estadounidense, la cual ve en el wilsonianismo su doctrina más explícita, nos da cuenta de su enraizamiento y de su carácter bipartito. No causalmente Woodrow Wilson era un demócrata y su política pendular: multilateralismo cuando posible, unilateralismo cuando necesario.

Paralelamente a la falta de un viraje en la política exterior, el G20 de San Petersburgo nos regala en cambio otra imagen, relativa al menguante músculo político ejercido por los estadounidenses en el tablero internacional. El escaso apoyo racimado alrededor de la posibilidad de una intervención en Siria es sintomático de la difidencia que el enésimo llamado estadounidense a la guerra ha generado. Ni siquiera el fiel aliado británico podrá flanquearlos, ya que la Cámara de los Comunes ha dado la espalda a su gobierno, en un papelón épico para Cameron. Pero esta semana podría reservar más sorpresas para Obama, con un Congreso -presionado por la opinión pública- incierto sobre la intervención. El esfuerzo por construir una nueva coalición de la voluntad no ha fraguado, demostrándose más arduo de lo esperado, incluso internamente.

La torpeza simplista con la cual EE.UU. ha intervenido en la región en la última década -sin olvidar las secuelas de las revelaciones de Snowden que han diseminado cizaña entre aliados-  obliga  a los EE.UU. a un multilateralismo de facto, forzando Obama a demorar la intervención y a demostrar incertidumbre ante la evidente falta de apoyo. El Occidente comienza a entender el costo -no solamente económico, aunque la crisis sí pesa para varios partner europeos- de concebir el mundo y Oriente Medio, como un cuento de hadas, hecho de buenos y malos. Las consecuencias de bombardear Damasco llamarían en causa a Líbano e Irán en primera línea, hasta extenderse a las eventuales reacciones de Rusia, que sobre el tema sirio no está dispuesta a ceder nada. Además, la oposición siria, pesadamente infiltrada por elementos yihadistas, recuerda trágicamente a los talibanes afganos de los años 80, ayudados por EE.UU. en uno de los errores más garrafales de la historia de su política exterior.

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