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El Telégrafo

Unamuno, el poeta esencial

24 de octubre de 2012

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) fue el intelectual íntegro. De multifacética actividad, en el amplio campo de las letras, el accionar político, el desarrollo de la cátedra y la sublime tarea del pensamiento universal. 

Este prohombre dedicó gran parte de su vida a la academia y al perfeccionamiento de la lengua castellana. Para Claudio Aguiar: “La obra de Miguel de Unamuno revela una amplia gama de intereses. Sus temas, de hecho, aparecen entrelazados en un eje de dimensiones que a veces convergen en una serie de conceptos paralelos, otras veces divergen e incluso opuestos en declaraciones abstrusas y contradictorias, dando origen a las paradojas famosas, a ejemplo de la permanente y manifiesta crisis de fe o incluso la imposibilidad de él, como pensador, alinearse a corrientes o movimientos filosóficos, políticos o literarios, ya sea de carácter temporal, ya sea de grupos victoriosos en el poder o en las sillas de las academias”.

Ya en el rastro poético -motivo de este breve análisis-, Unamuno trazó varias aristas conceptuales, resumidas por el propio Aguiar: “La vida y la muerte; Dios y la nada; agonía y tragedia; lirismo y soledad; patriotismo o la cruz y la espada como cruce de caminos de una nación; la palabra y el lenguaje y, por último, Unamuno y Don Quijote”.

Como se puede apreciar es vasta la tentativa literaria de este hombre de cultura y soledades, conocido como el Rector Vitalicio de la famosa Universidad de Salamanca. Entonces su producción literaria no se limita al ensayo, la narrativa, la filosofía, el teatro, el periodismo, sino que supera ese universo literario, contando para el efecto con el barro lírico extasiado de clasicismo y perfección rítmica.

Unamuno, el políglota, el refinado autor de libros, el redactor de entrañables epístolas, el cristiano profundo, le canta a Salamanca en una demostración de su intenso amor terrígeno: “Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro/ aprendieron a amar los estudiantes/ mientras los campos que te ciñen daban jugosos frutos./ Del corazón en las honduras guardo/ tu alma robusta; cuando yo me muera/ guarda, dorada Salamanca mía,/ tú mi recuerdo./ Y cuando el sol al acostarse encienda/ el oro secular que te recama,/ con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,/ di tú que he sido”.

En un encomiable esfuerzo de propagación de la voz poética de Unamuno se hallan Alfredo Pérez Alencart -activista cultural y contumaz poeta- y Carmen Bulzan, quien acaba de publicar una antología unamuniana traducida al rumano. Este aporte literario responde de alguna manera a aquel anuncio de nuestro magno personaje: “Hacerme, al fin, el que soñé, poeta”.

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