Publicidad

Ecuador, 02 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Una respuesta, ¡por favor!

23 de diciembre de 2014

La columna que publiqué el martes pasado la escribí durante una húmeda mañana en una pequeña ciudad del noreste de Italia mientras mis niños correteaban por todos lados, distrayéndome continuamente. No me esperaba que ese corto texto hubiese tenido la difusión masiva que finalmente tuvo. Al fin y al cabo, el público destinatario de esa columna reside a varios millares de kilómetros de donde me encuentro, en un país, el Ecuador, del cual estoy ausente desde hace más de un año y medio.

La sensación que tengo es que esa distancia, en vez de perjudicar mi juicio, me ha permitido poder expresar de la forma más desinteresada una inconformidad que va gestándose en el país, pero que tiene dificultad en manifestarse abiertamente. Esas reflexiones apuntan a la pérdida de la mística revolucionaria que agarró muchos de los sujetos inicialmente involucrados en el proceso o a su atenuación entre los que aún se sienten parte de ello, incluyéndome.

¿En qué radicaba esa mística? Cada persona se relaciona de manera diferente frente a los fenómenos políticos, pero para muchos la vuelta de tuerca de la Revolución Ciudadana era su receptividad frente a las exigencias de la gente, el restablecimiento de la cercanía entre mandantes y mandatarios: un vínculo emotivo que, sin embargo, no carecía de una faceta ilustrada. El discurso de Rafael Correa, en otras palabras, resultaba poderoso porque unía el ardor de quien denuncia las injusticias con los instrumentos para resolverlas en la práctica: populismo y tecnocracia entrelazados en una tensión que por un período resultó productiva.

Lamentablemente, del populismo se ha ido perdiendo la belleza de la articulación de las inquietudes populares, reemplazada progresivamente por magistrales obras de marketing y rimbombantes eslóganes. De la pulsión tecnocrática, ha quedado en cambio la gestión vertical, de arriba abajo, mientras la capacidad del razonamiento más fino se ha extraviado.

En este sentido, hasta le fecha no he recibido alguna respuesta por parte de aquellos sectores del Gobierno que interpelé tan frontalmente, al punto de sonar -me doy cuenta- incluso algo atrevido. ¿Pero no era atrevida también la Revolución Ciudadana en su cuestionamiento de los poderes fácticos? Entre las cosas que se han perdido es el gusto por la argumentación persuasiva, incluso ante las críticas más duras (pero honestas). Me pregunto entonces: ¿de qué sirve el debate público que se desata desde estas páginas? No pretendo ser detentor de la verdad, sino de reactivar posibilidades que se han ido excluyendo, de volver a abrir el debate, el partido. ¡Que algún ministro, asambleísta, dirigente que se haya sentido aludido me responda algo, por favor!

La difusión de mi editorial exige una respuesta: no a mí en particular, sino a los muchos que sienten que las cosas no son como antes (y si no serán mayoría, ¡vaya minoría calificada que tenemos!). Pero una respuesta que tome en cuenta de verdad los problemas que pongo en la mesa y que rehúse cualquier tipo de razonamiento dogmático.

Contenido externo patrocinado