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El Telégrafo

Una falacia histórica (1)

28 de febrero de 2013

Pocas cosas son tan nocivas como las obsesiones ideológicas. Nublan el entendimiento, aun de personas lúcidas e inteligentes, que, bajo esa influencia nociva, se empeñan en sostener absurdos de modo tan insistente que incluso caen en el desprestigio y el ridículo.

Es el caso de ciertos escritores de origen familiar derechista–velasquista, que se empeñan en hablar de “el liberalismo y su fraude institucionalizado” y en alabar a Velasco Ibarra como el “reconquistador de la libertad de sufragio”. Por respeto a la historia nacional hallo que es indispensable desmontar esas falacias, es decir, esas verdades a medias, o también mentiras a medias.

Respecto a la época liberal, esos escritores ocultan que se trató de una época de revolución por parte de las fuerzas liberales, de resistencia armada por parte de las fuerzas conservadoras y de intermitente guerra civil, en la que incluso participaron tropas invasoras colombianas, enviadas por el obispo de Pasto y las autoridades del sur de Colombia. Tampoco dicen que los obispos ecuatorianos habían montado una “Guerra Santa” contra el liberalismo, ofreciendo “un lugar a la diestra de Dios Padre” a quienes murieran combatiendo contra los liberales.

Me pregunto: ¿cabía, en esas circunstancias, la posibilidad real de unas elecciones libres o era inevitable que las elecciones fueran un espacio más de la guerra civil?
Es cierto que los liberales manipulaban las elecciones a su favor, pero también lo hacían los conservadores, que a través del clero intimidaban a los electores y los presionaban a votar por la lista Nº 1. Era un uso político que venía del siglo XIX y siguió usándose hasta bien entrado el siglo XX.

Siendo niño, allá por los años cincuenta, vi actuar al cura de mi pueblo en la primera misa de un domingo electoral. Con voz y actitud imponentes, increpaba desde el púlpito a los aldeanos: “¿Cuál es la lista de taita Dios?”. Y él mismo inducía la respuesta, alzando la mano derecha y haciendo con el índice el número 1, a lo que todos respondían: “La lista uno, padrecito”. “Entonces, a votar por la lista de taita Dios”, concluía el cura, tras lo cual los aldeanos salían en fila a la plaza, para votar por la lista 1. Obviamente, la lista 2, de los liberales, sacaba muy pocos votos y la 1 ganaba las elecciones.

Pese a esa dura realidad, los liberales lucharon por la consagración constitucional de la libertad electoral. Así, en el Art. 14 de la Constitución radical de 1906,  se castigó con pérdida de los derechos de ciudadanía a quienes hubiesen ejecutado actos de violencia, falsedad o corrupción en las elecciones populares, o que hubiesen comprado o vendido el voto.

A su vez, en los artículos 42 y 43 se prohibió que fueran diputados o senadores el Presidente, los ministros o magistrados de Justicia, los ministros de cualquier culto religioso y los empleados públicos. Y se prohibió la candidatura de quienes tuvieren o hubieren tenido mando o jurisdicción civil, política o militar en esa provincia hasta tres meses antes.

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