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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Un mundial con problemas

12 de junio de 2014

Si bien la idea de llegar a ser la sede de un campeonato mundial de fútbol, y aún más, de unos Juegos Olímpicos en menos de 2 años, pareciera ser un sueño hecho realidad para cualquier país, sin importar su situación económica. Para Brasil, se ha convertido en una verdadera pesadilla. Las imágenes televisivas de las protestas masivas en contra del excesivo gasto en que ha incurrido el Gobierno brasileño para la organización del suceso futbolero han recorrido el mundo.

Así, cuando faltan pocas horas para el primer partido, se ultiman detalles para concluir con la construcción de al menos 6 estadios mundialistas; además, una parte importante de la infraestructura para acoger a los equipos y los aficionados se ha anunciado que no estará terminada antes del primer día de competencias en algunas ciudades sedes. Y para colmo de males, los trabajadores del metro de Sao Paulo, ciudad sede de la inauguración, al momento de escribir estas líneas, están desarrollando una huelga que amenaza con prolongarse durante la cita mundialista.

Brasil terminará gastando aproximadamente unos 12 mil millones de dólares en la organización del evento, haciendo de este Mundial el más caro de la historia. Para hacer un parangón, costará 3 veces más que el inmediato anterior, Sudáfrica 2010, que en su momento solo costó 4 mil millones de dólares.

El momento de mayor orgullo nacional para los brasileños se ha convertido en el de su mayor vergüenza. El presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), Joseph Blatter, catalogó la organización de esta Copa como la peor que ha visto en sus 40 años de servicio en dicha entidad.

En consecuencia, la FIFA ya no tiene mucho espacio para hacer ajustes de último minuto y solo queda esperar que el problema de la infraestructura no sea agravado por situaciones ajenas al fútbol, como la ola de protestas en las principales ciudades del país en contra de la realización del Mundial.

Tampoco al Gobierno de Brasil le queda mucho por hacer, solo tratar de mantener la paz durante el transcurso de la efeméride, y quizás convocar a los dirigentes sindicales para que ayuden a evitar que se desaten mayores problemas que obliguen a suspender el Mundial.

Sin duda alguna que la organización de esta fiesta deportiva constituye una mancha enorme, tanto para Dilma Rousseff como para el legado de Lula da Silva, quien fue el responsable de meter a Brasil en esta situación comprometedora ante los ojos de miles de millones de personas en todo el mundo, que observarán los partidos en los canales de televisión.

Si bien los avances económicos del gigante latinoamericano en las últimas décadas son de destacar por su buen desempeño, hoy es más evidente que sus últimos gobernantes colocaron la vara muy alta.

De todas formas, les deseo la mejor de la suerte a los ciudadanos brasileños porque, como aficionado al fútbol, también veré la fiesta mundialista y deseo disfrutarlo con mi familia.

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