En el último quinquenio, el territorio nacional ha sido testigo veraz y espacio continuo de las transformaciones que se realizan en su seno, no solo en el terreno material del esquema del Estado y de la estructura social, más bien y por sobre todo en las palpables modificaciones del espíritu de la nación.
A partir de una visión de libertad, justicia y progreso, el régimen de la Revolución Ciudadana ha logrado notables mutaciones en el entramado de la realidad política e institucional y en la construcción de obras fundamentales, infraestructura de salud, educacional, vial, cultural, de hidroeléctricas; también en lo financiero, en la seguridad interna y externa, en las relaciones internacionales, en la producción y el comercio.
Los consecutivos triunfos electorales y el afianzamiento cada vez mayor del presidente Correa, como líder nato de un pueblo, que hace apenas cinco años lucía abatido, desesperado y doliente por su infortunado destino, que se sentía vencido en todo menos en la esperanza, convierten su ejercicio gubernamental en uno de los más importante de nuestra historia contemporánea, solo comparable a los del general Eloy Alfaro.
Pero, entendámonos, el proyecto innovador de Alianza PAIS, para modificar la configuración socioeconómica de la República, con respecto al viejo orden burgués y a sus enfoques, tanto en el marco político como en el de las relaciones ciudadanas, puede llegar a las metas de la excelencia, en la medida que las masas populares se alejen cada día más de los cantos de sirena y de los aires viciados de la partidocracia y del nihilismo de los grupúsculos de una seudoizquierda resentida y siempre derrotada, que gozan del favor, los espacios y aplauso de la autodenominada prensa independiente.
Aunque debemos asumir que la irreversibilidad de las cambios revolucionarios será posible en la medida que se desarrolle un proceso sostenido de organización de la tendencia gobernante actual, no debemos desdeñar la fuerza telúrica del conglomerado social para defender su gobierno, demostrado el fatídico 30 de septiembre del año 2010. La reelección presidencial de Rafael Correa Delgado es necesidad sentida y patriótica.
El panfletismo de pocos parlamentarios oposicionistas, oprobioso y repugnante, que anticipa la degeneración de la práctica política a niveles de albañal en el año electoral que se avecina, presagia un discurso opositor de arrabal, pero ello no deberá ser un obstáculo para la futura campaña electoral, pues la actitud rival demostrará lo que Einstein decía: “La inteligencia tiene límites; la estupidez, ninguno”. Las gentes honradas de pensamiento y acción, a estar listos y en alerta frente a la agresión futura.
El énfasis retórico de este artículo, que tal vez para algunos pueda sobrepasar la objetividad siempre necesaria en estos menesteres, realmente expresa la exigencia de romper la corteza cognitiva de unos cuantos con el cincel de la verdad, y así evitar que sucumban con fría indefensión los crédulos y sencillos individuos comunes frente al nefasto y cotidiano rito de falacias y vituperio de la mediocracia.