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El Telégrafo

¿Un “correísmo” políticamente correcto?

15 de septiembre de 2013

El moralismo en la discusión política tradicional de Ecuador ha sido una marca de su realidad estructural, desde el siglo pasado. Desde esa condición no se responden ni resuelven  los problemas de fondo, solo las disputas personales y grupales.

Velasco Ibarra no era un político adecuado para las clases dominantes de la época porque hablaba desde “el púlpito de los pobres” y por eso lo tachaban de populista. Si hoy viviera sería calificado de autoritario, clientelar y populista del siglo XXI. Y con todo y eso el pueblo lo eligió cuatro veces en comicios tensos y complicados y en otra una Asamblea Constituyente. ¿Ya nos hemos olvidado a quiénes ganó en esas elecciones y con quiénes hizo alianzas para ello?

Un poco más lejos en el tiempo, ¿no pasaba algo parecido con Eloy Alfaro? El “General de las Derrotas” no fue bien recibido por los sectores “perfumados” porque su actitud y conducta no coincidían con el protocolo diplomático para hacer la política de esos tiempos. ¿Y no fue por eso que varios diarios alentaron su asesinato y lo tacharon de diablo y otros epítetos más?

En los últimos tiempos leemos a superanalistas concentrarse en lo “políticamente incorrecto” de lo que ellos llaman “correísmo”. Algunos de ellos son los mismos que en su gestión pública son modositos casa afuera y adentro asumen posturas que no se compadecen con lo que critican. Para ellos el actual Mandatario no usa las mejores formas, dice las cosas duro y frontalmente, usa adjetivos y hasta hace chistes, con una ironía cruda y todo ello les causa roncha y sacude sus convicciones.

O sea, no es una práctica políticamente correcta. En otras palabras: no se ajusta a las formalidades del protocolo político tradicional, aquel donde las barbaridades y corruptelas se hacían sigilosamente, las reuniones sociales eran un rito a favor del racismo y hasta de la exclusión social rampante.

Ningún proceso de transformación se hace con las reglas del sistema que se quiere destruir. Eso lo saben esos analistasNingún proceso de transformación se hace con las reglas del sistema que se quiere destruir. Eso lo saben esos analistas. De hecho, en los cambios estructurales hay rupturas que duelen a quienes se sostuvieron en ellas. ¿Que los altos oficiales coman en vajilla de porcelana y la tropa y conscriptos en bandejas de aluminio fue políticamente correcto en los últimos 200 años? ¿Las mejores escuelas, con la última infraestructura, solo podían estar en Quito o Guayaquil y por eso hacer una de “lujo” en Macas es tan inútil e ignorado por esos analistas?

Pero, en el fondo, ellos lo que quieren es que el proyecto político en el poder no cambie nada y se acomode a sus dictados, formalismos y protocolo.

De ahí se entienden calificativos como el usado por Felipe Burbano de Lara: los impresentables. Para él no somos presentables en sociedad quienes tenemos otra mirada de la realidad y una búsqueda, compleja y tensa, de una sociedad distinta.

Por impresentables no se puede ser políticamente correcto. Nadie lo puede ser porque analistas como él y otros bien sintonizados con ese pensamiento asumen posturas y hasta reflexiones que solo reflejan esa discriminación condensada en ese adjetivo que ahora resulta inocultable, como tampoco lo fue el de “forajidos” por parte de un militar que llegó a la Presidencia cuando un grupo de “revoltosos”, para nada políticamente correctos, se levantó y pidió su salida de Carondelet.

Si la sociedad burguesa obliga a unos comportamientos para acceder a ella en calidad de “presentables”, sus defensores jamás asumirán ni aceptarán un socialismo donde no solo la matriz económica sea trastocada. Ojalá la matriz cultural e ideológica sea transformada para ser impresentables por siempre, con todo el orgullo de la historia.

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