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El Telégrafo

Un conflicto que duele

23 de noviembre de 2012

El conflicto entre Israel y Gaza no puede ser superficializado con pancartas de apoyo o rechazo. Es un conflicto que trasciende a lo cultural e histórico. No puede ser analizado o concebido por lo que ha sucedido en la última semana, o en la última década. Es un conflicto que nace antes de la propia fundación del Estado de Israel. Es un conflicto que pone en la mesa dos cosmovisiones completamente contrapuestas en un marco de verdades únicas. Un conflicto que, con cada intervención hacia su solución pacífica, parece estancarse más en un desgarrador derramamiento de sangre.

Las razones van desde lo ideológico hasta lo político, pasando por lo militar e histórico. Un conflicto tan complejo como sus representantes y representados. Una búsqueda por reconocimiento como Estado, frente a una consolidación del derecho a tener un Estado propio. Matices que decantan en un antisemitismo sistemático y, a su vez, en el real politik de los derechos de legítima defensa y la separación espiritual de la situación con la persona.

¿Hacia dónde nos está conduciendo este conflicto? ¿Hacia dónde nos conduce tanta polarización, tanta miopía? Son dos posturas que no encuentran el común acuerdo. Dos posturas cuya agresividad parece ser la necesidad ante la comunidad internacional. Una búsqueda por doblegar, antes que conciliar. Una búsqueda por imponerse antes que ceder.

Pero resulta fácil delinear la ruta de la paz. Resulta fácil tomar postura y asumir roles desde la lejanía. Desde la tergiversación que se filtra por el fanatismo y el fundamentalismo. Resulta cómodo tantear en la superficialidad de un conflicto cargado de memoria y definirnos con la misma facilidad que olvidaremos. Cuando las imágenes cesen. Cuando los periodistas se hayan marchado. Cuando la opinión pública encuentra el morbo necesario para saciar su necesidad en otra oportunidad mediática, la vida en Gaza mantiene su calamidad. La vida de los pueblos cercanos a Gaza mantiene la intranquilidad del próximo ataque.     

¿Cuál es la salida? ¿Será suficiente reconocer a Palestina como Estado? ¿Será suficiente un cese al fuego? Es un conflicto que redunda. Es un conflicto cuyas contradicciones caen en las mismas posturas de sus actores. Es la incapacidad de una posibilidad por acercarse a la paz. Es la tristeza de aquello que se ve tan lejano, que se olvida, que se coyunturaliza. Es pensar en una vida plagada por la angustia de la guerra. Es pensar en el valor que estamos dispuestos a dar a una vida humana. Es un conflicto que duele.

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