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El Telégrafo

Un cazador en la Texaco

26 de septiembre de 2013

No. Él no era un cazador de mariposas ni de patos silvestres. Era un cazador de concesiones mineras y petroleras. Cuando jovenzuelo, vivo y ambicioso, dejó su patria austríaca y se convirtió en espía norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, allá en Europa. Adoptó el nombre inglés de Howard Steven Strouth y ascendió en la escala militar hasta convertirse en mayor del Ejército de Estados Unidos. En este país ingresó al mundo todopoderoso de las mafias petroleras y, ya miembro de estas, llegó al Ecuador a fines de los 50 del siglo pasado. En Quito, se ubicó en la mansión señorial de Leonidas Plaza Lasso, en Guápulo, y comenzó la caza de concesiones. Allí le visitó el periodista alemán Thylo Koch que andaba de gira por Sudamérica. Ante Koch, el cazador alardeó de sus ajetreos petroleros y le hizo una confidencia: “Tengo en mi poder cinco millones de dólares para mantener de buen humor a los gobernantes ecuatorianos”.

Entre humorada y humorada obtuvo una concesión gigantesca en la región amazónica: cuatro millones y medio de hectáreas (45 mil kilómetros cuadrados), una superficie más grande que las provincias de Guayas y Los Ríos juntas, con pueblos contactados y no contactados dentro de la panza de la monstruosa concesión. El nombre utilizado para el caso fue el de Minas y Petróleos S.A., una compañía fantasma como tantas otras del ramo, aunque en Estados Unidos figuraba como propiedad de la multinacional World Ventures  (Aventuras mundiales).

En esa época -años 60- se estimó que el cazador recibiría por esta regalía personal 7.500 dólares cada día. ¿De dónde salía esa plata?Entre los gobernantes ecuatorianos que bailaron alegremente con la música del cazador figuraron el ministro de Fomento y Minas, Jaime Nebot Velasco, y el ministro del Tesoro, Jorge Acosta Velasco (del  clan Acosta, dueño entonces del Banco Pichincha), agente de la CIA, según relata en su diario Philip  Agee, por la época oficial de operaciones de esta central del espionaje y el terrorismo oficial de los Estados Unidos, acreditada en  Ecuador.

El cazador nunca perforó un pozo, pues su negocio consistió en retacear su latifundio petrolero, vendiéndolo por pedazos. Así, le vendió a la compañía Texaco 650 mil hectáreas bajo el nombre de las empresas Aguarico y Pastaza, igualmente fantasmas. Entre los abogados de esta orgía de concesiones se destacó el doctor Manuel de Guzmán Polanco, altísimo exponente del Partido Social Cristiano. Otras dos concesiones hechas a favor de Petrolera Yasuní, una por 395 mil hectáreas y otra por 400 mil, pasaron también al control de la Texaco.

No se sabe cuánto cobró el cazador por estas ventas, pero sume usted cualquier millonada que se quedará corto. Lo que sí se sabe es que Strouth firmó al mismo tiempo un contrato con Texaco por el cual la compañía (hoy camuflada como Chevron) se comprometía a pagar el dos por ciento de la producción que obtuviera en los campos así negociados, de por vida de la concesión, esto es por cincuenta años. En esa época -años 60- se estimó que el cazador recibiría por esta regalía personal 7.500 dólares cada día. ¿De dónde salía esa plata? ¿Usted cree que la compañía las extraía de sus ganancias? No sea gil, ciudadano.

Esos 7.500 dólares diarios salían del petróleo ecuatoriano, pues la compañía los cargaba a costos de producción, perjudicando así al Fisco y a toda la población nacional;  a todos estos millones de pendejos que éramos objeto de saqueo, burla y escarnio por parte de los cazadores de concesiones, las multinacionales como Chevron-Texaco y los gobernantes que danzaban encantados sobre el mapa ultrajado de la patria.

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