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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Un arte para la historia (1)

08 de enero de 2015

La pintura mural ha sido un fenómeno de gran importancia en la historia de las artes visuales de América Latina. Se inició en nuestro continente con las altas culturas mesoamericanas, como lo muestran los espectaculares murales mayas de Bonampak y, en general, los frisos de las pirámides aztecas y mayas, que recrearon la vida de esos pueblos y dejaron un imborrable testimonio para el futuro.

Ya en el siglo XX, este tipo de arte fue retomado por un grupo de grandes artistas mexicanos, que lo convirtieron en un arte de espacio público y en un espectacular medio de educación de masas, mediante la recreación de la historia de México y sus luchas sociales. Los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional iniciaron un movimiento artístico que luego fue continuado por José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jorge González Camarena y otros, y que quedó consignado en el notable edificio de la Biblioteca de la UNAM y otros sitios públicos mexicanos.

En su ‘Manifiesto’ de 1922, esos creadores expresaron su voluntad de socializar el arte y destruir el individualismo, repudiando la pintura de caballete y cualquier otra forma de arte surgido en los círculos aristocráticos, y produciendo obras monumentales que fueran de dominio público, que se alimentaran de las luchas populares y también las impulsaran. Por otra parte, usaron el clásico fresco y ensayaron también nuevas técnicas, usando aerógrafos, cámaras fotográficas y proyectores, y reemplazando el óleo por los silicatos y las pinturas de piroxilina.

Luego el muralismo mexicano se proyectó vigorosamente hacia el resto de América Latina, generando un movimiento artístico de alcance continental. Papel importante tuvieron en ello los viajes de Siqueiros y Orozco a otros países del continente. Siqueiros fue a Chile y Argentina, donde pintó murales y animó una escuela muralista. Igual lo hizo luego González Camarena, también en Chile.

Así, otros artistas plásticos del continente tomaron la pintura muralista para recrear la historia, luchas y anhelos de sus pueblos. Recordamos al brasileño Cándido Portinari, a los argentinos Alfredo Guido, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Ricardo Carpani, a los colombianos Pedro Nel Gómez, Santiago Martínez Delgado e Ignacio Gómez Jaramillo, a los uruguayos Demetrio Urruchúa, Felipe Seade y Joaquín Torres García, a los chilenos Arturo Gordón, Laureano Guevara, Fernando Marcos y Fernando Daza, todos ellos nombres simbólicos de un movimiento que tuvo en cada país muchos otros cultores y diversas etapas.

En tiempos más recientes, el muralismo ha mantenido su vocación combatiente y liberadora. Un gran ejemplo de ello fue, a fines del siglo XX, el de los muralistas chilenos de la Brigada Ramona Parra, que con sus pinceles e imágenes coloridas se enfrentaron a la dictadura de Pinochet.

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