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El Telégrafo

Un año después

28 de diciembre de 2012

Un año después, regresamos a Chinaló Alto. El mismo ritual redentorio, la recolecta de juguetes, el padre de familia que viene a donar unas fundas de caramelos cortesía de [inserte nombre de empresa], el acomedido que ha vaciado el clóset de la casa para regalar ropa, los madrugadores ayudando a subir las fundas al bus, a los que tuvieron que esperar y el profesor recogiendo la cuota de rigor. El camino no ha cambiado. El paisaje hasta Lasso sigue plagado de letreros de la Revolución como firma de cada obra. El paradero obligado sigue vendiendo comida absurdamente barata para los estándares de la capital. Los estudiantes, todos de colegio, son una mezcla de zombis posfestejo y niños bien con causa justa.

Luego comenzó el ascenso a Sigchos, primera parada antes de comenzar la travesía hacia la comuna. Ahí el proceso de reconstrucción de infraestructura estaba todavía iniciando. Las retroexcavadoras estaban estacionadas a un lado de la única gasolinera a esa altura y los presidenciables no han tardado en pintar los muros y los postes y al perro y lo que se pueda. Parada obligada para constatar que la insistencia del Ministerio de Turismo por mantener los baños limpios ha quedado en afiches y spots.

De ahí son 20 km en una carretera Alóag-style. Dos horas después llegamos. A Chinaló Alto todavía no ha llegado la Revolución Ciudadana. Para efectos, tampoco ha ido Guillermo Lasso a jugar fútbol ni Alvarito a repartir fundas de Quaker. El aire a esa altura es fino y los rostros en esos parajes combinan el escepticismo con el abandono. Los niños del único centro infantil, 250 de ellos, tienen las mejillas laceradas por el sol andino y se contentan con poco, o disfrutan de ello. La jornada fue con programa incluido. Palabras del director del centro, palabras del profesor, palabras del (estudiante) prioste, baile tradicional ecléctico y la esperada repartición de juguetes, con colados y repetidores incluidos.

Hablé con el presidente de la Junta de Agua. Dice que la secundaria más cercana queda en Sigchos, pero los que se deciden por terminar el colegio suelen ir a Latacunga. Al igual que el año anterior, no hay agua potable ni alcantarillado y las gestiones las debe hacer directamente con el Municipio o las direcciones provinciales. Los resultados han sido variados. Ya hay un proyecto del Miduvi  para proveer de agua potable a la comunidad.

El Municipio, por su parte, dice que no hay plata. Lo que no hay es la voluntad política de hacerlo. A lo mejor porque los que nunca han tenido voz no creen en la rendición de cuentas. A lo mejor porque les han comido el cuento de décadas de “no hay plata”. A lo mejor porque nos cuesta sufrir a nuestro prójimo.

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