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El Telégrafo

Turismo de farra

15 de abril de 2012

Llegué a Madrid y mi amigo Iván Rojas me esperaba en el aeropuerto con la amplia sonrisa que desde muchacho le acompañaba en las calles de Riobamba. A las nueve de la noche ya chocábamos nuestras primeras copas en un elegante bar, como preludio de una larga tertulia que debería llenar el gran agujero de una década sin vernos.

En la tercera ronda, el camarero puso un gran plato de cuero reventado en la mesa. Sorprendido le dije que nosotros no lo habíamos solicitado.

- No se preocupe, es cortesía de la casa –dijo con fingida sonrisa.

Y las “cortesías” luego se convirtieron en calamares apanados, albóndigas, quesos, carnes curadas y tenía la impresión que mientras más bebidas pedíamos, más comida nos “regalaban”.

Nunca nos embriagamos y la sorpresa fue que al pagar la cuenta había bebido el triple de licor, de lo que tomaba en mis mejores tiempos universitarios.

Claro, al ingerir la comida, el estómago suspende la ingesta de alcohol y da tiempo al hígado para retirarlo del torrente sanguíneo, razón por la que la gente no se emborracha y pasan la noche entera bebiendo… y facturando.

En los destinos turísticos de Ecuador, famosos por la buena farra y la buena bebida, sucede lo contrario. Las copas vienen una tras de otra y el miserable canguil salado no avanza a frenar la borrachera casi inmediata, al contrario, motiva a tomar más para retirar la sal de la boca, proceso que convierte al sonriente turista en cuestión de una a dos horas en un insoportable ebrio que en muchos casos debe ser echado del sitio, que facturó una cuarta parte de lo que podía pagar si le “regalaban” algo más sustancioso a su estómago vacío y hambriento, cliente alcoholizado  que ya en la calle es una probable víctima de la delincuencia, o un potencial criminal si está en carro propio, que además buscará algún sitio público donde terminar de embrutecerse.

En España, incluso han llegado más lejos; al terminar la jornada, en los bares se obsequia muchos chocolates a los clientes más aguantadores, y el resultado es que disminuyó en un cincuenta por ciento las terribles estadísticas de siniestralidad posfarrera.

En los cursos de coctelería, siempre se pone énfasis en los ingredientes que acompañan al alcohol en la copa, nada se dice de los que van fuera de ella, como los alimentos ricos en grasas difíciles de digerir que suspenden la ingesta del alcohol al organismo.

Debemos capacitar a los que ofertan farra, que mientras más “regalen” comida a sus clientes, más interesante será su facturación y habrá clientes sobrios por más tiempo.

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