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El Telégrafo

¿Túnel o socavón?

11 de febrero de 2013

La diferencia entre uno y otro es que al final del túnel siempre hay una luz, que los siete candidatos autocondenados a la derrota no tienen la más mínima esperanza de verla: están en un socavón sin salida.

Ellos mismos se declararon perdidos porque nunca, ni en la más tortuosa de las pesadillas, soñaron en llegar primeros: al comienzo su máxima aspiración era llegar segundos hasta que al final de la campaña lo que procuran todos es no quedar al último. Ante tamaño pesimismo hacen una parodia de campaña en calidad de muertos sin sepultura.

Y con la perversa cultura del “yo no fui” le echan la culpa de todo al ganador y van acusando a todos y, curándose en sano, se dedican algunos a renegar que un día fueron sus agradecidos y sonreídos incondicionales, hasta otro que dice por ahí  que no murió en el intento porque lo tenían secuestrado los generales y almirantes traidores, como que si una cámara de video no lo hubiera captado corriendo con sus propias piernas a embarcarse en el helicóptero salvador.

Ese mismo ofrece que va a duplicar esto y triplicar aquello y rebajar los precios y multiplicar los panes cuando llegue al sillón de donde lo sacaron en quema sin pena, peor con gloria, dizque dopado y secuestrado, como ya lo dijimos, por no hacer nada de lo que ahora oferta con soltura de huesos.

Durante muchos meses pasados, el banco del barrio ya no sirvió para sentarse sino para promocionar la posibilidad de que un banquero auténtico asuma el poder y sin utilizar biombos o caretas, frontalmente establezca la bancocracia que debe ser como una partidocracia corregida y aumentada, con feriado de carnaval y de quiebras incluidos.

El colectivo de los jovencitos desertores candidatizan un bisoño musical y enajenan su ruptura promoviendo a un político no comprometido con ninguna ideología. A costa de ser “hijo y nieto de Camborios” (los banqueros de alcurnia) como el Antoñito de Federico García Lorca, hay quienes no le creen su radicalismo de izquierda, adquirido en la aristocrática Francia, cuando sufría viviendo y jugando en París, en medio de tumultos, vinos y perfumes para terminar de candidato de los vacíos de ideas, expertos en romper vidrios y cabezas, que ahuyentan hasta a los más convencidos.

Cada vez los siete del cuento se van quedando en solitario, al punto que a uno le aplican un secuestro exprés: llegó al aeropuerto, tomó un taxi, arribó a su casa y no tuvo ni un primo o partidario que lo recibiera y lo acompañara: ni un perro que le ladre.

Los siete del cuento no adelantan, no caminan, retroceden. Están fabricando una retirada estratégica para justificar la derrota: empezaron por desacreditar el proceso por todos los ángulos, pronosticando que va a haber un fraude descomunal del tamaño de la diferencia de votos.

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