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El Telégrafo

Tres grandes errores

28 de marzo de 2013

Todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos equivocado. Sucede que los colectivos humanos en su conjunto, es decir, los pueblos, también se pueden equivocar. Es preciso mantenernos lúcidos ante los errores que cometemos, con la finalidad de poder enmendarlos. No todas las equivocaciones son iguales, hay unas a las que podemos dar la categoría de “muy graves”, pues nos desvían del camino correcto por el que debemos enrumbar nuestras vidas.

Reconocer que nos hemos equivocado es el primer paso para corregir la desviación que se ha producido con el error cometido. Generalmente nos cuesta mucho reconocer que estamos equivocados y por eso corremos el peligro de mantenernos alejados del verdadero sentido que tenemos que darle a nuestras vidas.

El primer gran error de muchas sociedades es el considerar que la satisfacción de las necesidades materiales es el único y absoluto objetivo por el que se debe luchar. Con frecuencia se piensa que la felicidad se logra con la posesión de la mayor cantidad de bienes materiales. Es este el afán que mueve a muchas personas, familias y pueblos.

Esto nos lleva a un egoísmo escalofriante, donde lo importante es acumular cosas en abundancia, montando unas barreras para que nadie nos pueda quitar el botín que hemos conseguido. Es verdad que el buscar la satisfacción de las necesidades materiales es muy importante, pero esos bienes no tienen el poder suficiente para producir en nosotros la auténtica felicidad, sin compartirlos con los demás.

Necesariamente el ser humano para ser feliz ha de ser fraternal con sus congéneres. La clave de la felicidad está en el amor. Es entonces cuando se descubre que ser persona es compartir y no poseer; es dar generosamente y no acaparar; es crear posibilidades de una vida digna y no explotar a los demás.

La segunda grave equivocación es la de considerar que lo importante es amasar riquezas, para tener poder y alcanzar el éxito, esto por encima de todo y a cualquier precio. Cuántas veces pisoteamos a otros o nos hacemos esclavos de determinadas idolatrías con tal de adquirir dinero y fama.

No podemos buscar el prestigio en la competencia y en la rivalidad con los demás, el verdadero prestigio se consigue cuando vivimos en el servicio generoso y desinteresado, especialmente con los que menos tienen. Como nos decía Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”.

Un tercer gran error es tratar de enfocar las realidades que nos trascienden concibiendo los misterios de la vida desde la visión de un Dios o una religiosidad mágica y fundamentalista. La auténtica fe nos obliga a asumir riesgos y luchas con grandes esfuerzos, sin evadir la realidad. Vale recordar el viejo adagio popular: “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Ante el misterio de la vida, debemos llenarnos de la misericordia divina para entender a otros que no pueden cambiar su conducta y fortalecer nuestra fe que es la única luz capaz de iluminar el camino que dará un sentido correcto a nuestra existencia.

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