Publicidad

Ecuador, 26 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Travesuras del abuelo bonachón

11 de abril de 2013

La revolución bolchevique produjo una estampida de rusos al resto de Europa. Entre los miles de desesperados, con o sin motivo, Peter Piaktow llegó a Londres. Era joven, con esposa, dos hijos, y pintor de brocha gorda.

Después de su primer trabajo, el patrón lo estafó y lo dejó en la calle, hambriento, con su familia. En vez de la brocha, Peter decidió empuñar una pistola, que resultaba más segura y más rentable. Conformó una banda feroz de asaltantes, y en poco tiempo ya tenían varios muertos en el inventario. Peter habría seguido su carrera en ascenso, de no haber encontrado a un tipo como al Primer Ministro inglés, Winston Churchill.

Un día, un traidor, a cambio de tener una hoja de vida limpia, reveló a la policía que Peter y sus hombres se escondían en una casa de la Calle Sidney. Cuando Churchill llegó al lugar, había cientos de curiosos que, de alguna manera, sabían la noticia. La multitud, furiosa, lo acusaba de haber dejado entrar a Inglaterra a todo tipo de delincuentes. Así que Churchill decidió lavar su imagen de tipo blandengue.

El plan era este: Ordenó la presencia de un grupo de élite de la Guardia Escocesa. Con los mejores hombres del ejército y la policía, entrarían con fuego de metralletas a discreción, una vez la casa hubiese sido arrasada con artillería pesada. Todo para enfrentar a Peter y a dos de sus hombres.

Segundos antes de que se ordenara el arrasamiento, una columna de humo se levantó de la casa. Se había iniciado un incendio. Cuando llegó el cuerpo de bomberos, Churchill impidió su acceso, y la orden fue clara: “Que se quemen vivos”. El fuego terminó por consumir la casa, que se desplomó. Entre las ruinas humeantes, la policía apenas encontró los cadáveres calcinados de dos bandidos. Peter Piaktow se había hecho humo.

La imagen de Churchill que nos ha entregado la historia es la de un abuelo mal encarado, pero bonachón. Quién sabe. Al final de la Segunda Guerra Mundial, su propuesta para ajustar cuentas con los alemanes era tan desmesurada, que horrorizó  tanto a Truman como a Stalin. Por eso no extrañan estas declaraciones suyas, en otros momentos:

"¿Por qué se molestan? Yo estoy muy a favor del uso del gas venenoso contra las tribus incivilizadas. Eso tendría un buen efecto moral… No hemos hecho nada malo a los pieles rojas de América, ni a los nativos de Australia. Somos una raza más fuerte, de mejor calidad. Hemos ocupado su lugar. Eso es todo".

En fin: Peter Piatkow habría seguido su carrera en ascenso, si no se hubiese encontrado a Churchill, que era mucho más que un abuelo bonachón.

A diferencia de la vida, para ganar en la guerra del ajedrez basta el golpe exacto.

11-04-13-deportes-ajedrez

Contenido externo patrocinado