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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Todas las voces

16 de julio de 2022

Si alguna vez creíste que la gente piensa como tú, las opiniones respecto al paro y la protesta que acaban de concluir te hacen ver que eso no es así. Cada persona tiene un punto de vista diferente. Basta que preguntes y encontrarás interpretaciones a troche y moche. Es importante en una democracia que existan diversos puntos de vista, pero si cada uno ve las cosas desde su ángulo, ¿cómo volvemos a construir país?

Mientras que para el docente en vísperas de jubilación la creación de una zona de paz en la universidad disfrazó lo que para él realmente fue una invasión, la estudiante consideró indispensable ayudar como voluntaria a los niños indígenas. Mientras alguien decía que había que dar bala a los manifestantes, un sacerdote acompañaba a sus feligreses indígenas en las carreteras del páramo. Nadie se quedó tibio en su juicio sobre la situación.

Respecto a la eficacia de los indígenas en lograr la paralización del país no hubo dudas: la cohesión de las organizaciones permitió que cada rincón del territorio se mantuviera aislado.

Algunos se preguntan cómo se logró que cientos de camiones llenos de manifestantes y vituallas llegaran a Quito. Otros se horrorizan de conocer que había entre los que vinieron madres recién paridas con sus tiernos bebés. Terceros confiesan su impotencia al no poder contener la avalancha por la que fueron arrasados. Otros más reunieron víveres y cobijas para ayudar a quienes permanecieron por dos semanas en la ciudad.

Un asunto que a los más observadores llama la atención es qué significado tiene la invocación en perfecto castellano de un padrenuestro y una avemaría hecha por el máximo líder indígena al empezar la marcha sobre Quito. Hay testigos de haber escuchado invocaciones similares a los líderes alojados en las universidades cada mañana antes de salir con sus comunidades hacia el Arbolito.

Aulas convertidas en dormitorios. Madres lauritas marchando al paso de las comunidades. Bailes acompasados para tomar fuerzas. Mariateguistas disfrazados de indígenas con chicote incluido. Pupitres convertidos en escudos o “recuperados” para llevar a las escuelas comunitarias. Fogones en los pisos patrimoniales. Ollas comunes. Es difícil interpretar lo que acabamos de experimentar.

En medio de la delicadísima situación que vivimos, debatiéndonos entre el miedo y la incertidumbre, suenan a guerra las palabras de los separatistas costeños insistiendo en que “los indios deben quedarse en el páramo” o que “el momento de una república federal ha llegado”. Son parte de una acción concertada contra Quito que ya sentimos con la invasión estilo robocop comandada por la peculiar alcaldesa del puerto. Hay quienes consideran que la codicia y la falta de espíritu democrático les hará perder en las urnas.

En este momento el país contiene la respiración. Estamos en las mesas de diálogo. Lo mínimo que nos toca es rezar un padrenuestro también nosotros para que se escuchen todas las voces y se supere la crisis.

 

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