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El Telégrafo

Tinta de calamar

23 de julio de 2013

En los primeros años de la década del noventa del siglo pasado se inició un período gris para el desarrollo de nuestro país, en el cual, bajo el membrete de la “modernización del Estado”, se puso en vigencia el esquema neoliberal, que dio como consecuencia que, para el año 1999, sufriera un retroceso económico calificado como el más severo de los experimentados en América Latina.

Entre las consecuencias derivadas de esta situación (que parece tan lejana que la gente olvida) tuvimos un proceso de emigración masivo estimado hasta en quinientas mil personas que tenía como destino preferente España.

Actualmente ese país soporta una crisis económica aguda, que  nos debe servir como un referente sobre las consecuencias negativas que aquello puede generar y que fue evidenciado en nuestra economía por la disminución dramática de las remesas que enviaban desde España los inmigrantes a sus familiares en  Ecuador.

La crisis se visibilizó con el estallido de la denominada “burbuja inmobiliaria” ocasionando la drástica disminución del crédito para las familias y pequeños empresarios con el consiguiente incumplimiento de sus acreencias. Los juzgados españoles procesaron 58.241 expedientes de desahucios en 2011, cifra que supone un récord desde que se tiene registro. Estos procesos significaban la pérdida de inmuebles, pero no la cancelación del pago si el avalúo efectuado por el prestamista no cubría la deuda, lo cual aumentaba la tragedia de los desahuciados.

El desempleo superó los cinco millones de desocupados y la emigración el millón de personas. Las soluciones propuestas corresponden a un drástico ajuste económico, con medidas como la privatización de los servicios del Estado: salud, educación, despido de servidores públicos, reducción del coste de los despidos y abaratamiento de las modalidades de contratación, rebaja salarial, incremento del IVA y reducción de las cotizaciones para la seguridad social.

Estas medidas no han tenido una explicación convincente para los sectores sociales medio y bajo, que son los que  realmente soportan la crisis.

Las cifras necesarias para lograr el equilibrio del sector financiero (cien mil millones de euros) son alucinantes comparadas con las que se ofrece dedicar para dinamizar a los pequeños emprendedores y oportunidades para jóvenes desocupados, constituyendo la llamada “tinta del calamar”, que oculta el origen de estas soluciones que son las mismas globalizadas impuestas por los capitales especulativos mediante el Fondo Monetario Internacional.

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