Publicidad

Ecuador, 01 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Tiempos líquidos

03 de julio de 2014

Zygmunt Bauman, uno de los grandes filósofos contemporáneos, ha escrito algunos ensayos sobre la modernidad y la posmodernidad, donde asegura que vivimos ‘tiempos líquidos’ y por igual, ‘amor y miedo líquidos’, para señalar cómo los vínculos se han vuelto transitorios y los miedos consistentes. Nada permanece, hay una discontinuidad, los sentimientos son efímeros. Observamos una crisis profunda de valores que sacude a la sociedad, nada es estable ni garantiza el seguimiento ético de la conducta humana.

El interés en las ideologías trascendentales ha decaído y las instituciones, la religión y la familia se han vuelto más indeterminadas.

Vivimos y morimos todos los días sin encontrar algún sentido a nuestras vidas. Trivializamos todos los eventos cotidianos despojándonos de cualquier buena intención que nos haga trascender. Los hombres líquidos, sin permanencia ni seguridad, viven el momento, no planean a largo plazo. El pragmatismo es aterrador.

La gente de los ‘tiempos líquidos’ no tiene ninguna creencia en la vida espiritual trascendente, no vive para el porvenir, sino para un hoy perpetuo. Bauman asume una idea plasmada por el escritor Milán Kundera, en su obra Los testamentos traicionados, en la que se anota que el escenario de nuestras vidas hoy, está envuelto en una niebla, “en la niebla se es libre, pero es la libertad de alguien que está entre las tinieblas”. Al redefinir la libertad, se habla de ella festinando el criterio y otorgándole una ocupación absoluta de destinos egoístas. No se es libre sin compartir la solidaridad, y no hay libertad viable sacrificando los derechos compartidos de la comunidad.

En los ‘tiempos líquidos’ se deambula a espaldas de la espiritualidad. Nadie está satisfecho y, en vez de modificar internamente su conciencia moral para irradiar amor a los demás, se vive en un estado de sedición del cuerpo, compitiendo en niveles egoístas, en una inútil carrera contra el tiempo, que finalmente conduce a la desintegración de la familia y la sociedad. Claro que se es libre, más libre individualmente, pero es la libertad de alguien que está en tinieblas. Todo es menos consistente en los afectos dentro de un vacío ilimitado de excrecencias. El llamado progreso es relativo, y no puede circunscribirse a la era digital y a los saltos cibernéticos.

Detrás de los digitadores, de las fabulosas e ingeniosas computadoras y equipos electrónicos, hay un eclipse de amor, un cúmulo de ansiedades y un desperdicio de cavilaciones sociales y espirituales que hacen de muchos unos humanoides sin personalidad ni profundidad intelectual.

“Si no hay Dios, todo está permitido”, decía Dostoievski, en su novela Los hermanos Karamazov. Aun cuando no haya Dios, el amor es fundamental, trascendente y espiritual.

San Agustín dijo: “Ama y haz lo que quieras”, porque Dios es amor, y el amor redime, nos ata a una permanencia de fe y esperanza, válido en estos ‘tiempos líquidos’, para nuestra angustia de vivir sin sentido.

Contenido externo patrocinado