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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Tiempos de evaluación

11 de junio de 2014

Corren tiempos de fin de curso, y para muchos, de fin de una etapa de la vida, y podemos decir que a los estudiantes que terminan su bachillerato en este año les ha tocado duro. Durísimo, porque de la noche a la mañana les llueven pruebas y requerimientos que hasta el año pasado no había y que hasta hacía unos meses no se preveían, al menos en el grueso de la población.

No se trata de cuestionar la loable intención de elevar el nivel académico general del país. Tampoco se trata de defender la complacencia, el facilismo o la mediocridad. Se trata, más bien, de mirar la situación desde una perspectiva que apele a una más clara comprensión de los hechos y a una visión más lógica de los procesos.

La pregunta básica es: ¿por qué empezar las modificaciones desde el sistema de evaluación? A no ser que se trate de una evaluación diagnóstica, para evaluar las falencias del sistema, no se comprende cómo es posible que de un momento a otro los estudiantes de la promoción 2014 se vean abocados a exámenes de grado estandarizados en todas las disciplinas para todos los estudiantes, muchas veces con preguntas que, dado el sistema de especializaciones (todavía vigente para algunos colegios) u opción de materias que se producen en varios colegios, sobre todo adscritos al programa de Bachillerato Internacional, no se refieren a temas conocidos ni estudiados por una buena parte de estudiantes.

Sabemos que es más largo y complicado, y que tal vez corremos con apuro, ¿pero no es mejor cambiar de abajo hacia arriba en lugar de pretender el cambio en sentido inverso? Y si se trata de una evaluación diagnóstica, ¿es necesario que el diagnóstico incida en la promoción de los estudiantes sometidos a él? ¿O en la evaluación de los colegios cuyos estudiantes rinden este tipo de pruebas? Conocemos, o creemos conocer que sí, que no se eliminarán colegios ni se aplicarán castigos a mansalva, pero los niveles de estrés que se manejan en este momento a nivel educativo son altísimos, y según una modesta opinión, eso no beneficia a nadie.

Por otro lado, si bien es loable favorecer cierto tipo de excelencia, ¿qué con aquellos y aquellas estudiantes que presentan dificultades de aprendizaje, que tienen diversos tipos de inteligencias, que no brillan por lo intelectual pero que pueden destacarse en otras áreas del hacer y del saber humano? Solo cuando se los tome en cuenta con un sistema inclusivo se podrá decir, sin temor a equivocarse, que ‘la patria ya es de todos’, como siempre se soñó.

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