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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Tiempos de ceguera moral

03 de abril de 2015

En tiempos de Semana Santa, la muerte se presenta como una  evidencia de la vida y Dios como una opción de salvación. Por los pecadores muere Jesús y, por tanto, es tiempo de arrepentimiento y de lavar las culpas.   

La fe no es que mueve montañas, mueve a millones de fieles y devotos católicos que ven en el sacrificio, el dolor y la penitencia su posibilidad de salvación. Y es allí cuando obra el milagro. Cualquier petición, a ojos de la fe, puede convertirse en realidad. Y eso se agradece con dolor, con sufrimiento, con penitencias.

Son, para la Iglesia católica, días de arrepentimiento, de asumir con resignación las culpas y estar dispuestos a cualquier dolor con tal de seguir creyendo que es posible el milagro, que es posible curar a los enfermos, salir de la pobreza e incluso ganar el cielo.   

Pero son los más pobres, los más débiles, los explotados y oprimidos los que están dispuestos a seguir sumidos en el dolor a cambio de un milagro.  Y, de su parte, los que oprimen y explotan también tienen la oportunidad del arrepentimiento; de un mínimo acto de contrición, de una obra de caridad cristiana, y así ganar el cielo, no importa que mañana vuelvan a lo mismo.

Y todo a partir de la desigualdad. Como bien señala Zygmunt Bauman: “La desigualdad se instaló entre nosotros para quedarse”. Y eso es lo grave. De ahí que el ser humano se ha convertido en un ‘depredador’, como afirma el mismo Bauman.

Y por esto, para otros muchos, también millones, la Semana Santa es una buena opción para convertir al feriado en días de gozo, descanso y placer. Al fin y al cabo, el milagro es vender y comprar obsesivamente más. La salvación y el bienestar es directamente proporcional a nuestra capacidad de consumir.

Los inicios del nuevo siglo están marcados por más violencia, gran parte de ella originada en la intolerancia religiosa; por más confrontación, por más agresiones al ser humano, a los animales, al planeta. Y por tanto, vivimos una era de miedo y temor. Así nos dice Leonidas Donskis en el libro Ceguera moral: la pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida:

“La nuestra es una era de temor. Cultivamos la cultura del temor  progresivamente más poderosa y global. Nuestra era exhibicionista, con su fijación en el sensacionalismo barato, los escándalos políticos, los reality shows televisivos y otras formas de autoexposición a cambio de fama y atención pública, aprecia el pánico moral y los escenarios apocalípticos en un grado incomparablemente mayor a los planteamientos equilibrados, la leve ironía o la modestia”.

Es cierto, vivimos una ceguera moral que está borrando, de un modo acelerado, todo signo de ética, de responsabilidad y de verdad. Todos tenemos el derecho a opinar, pero a partir de la verdad y no de la mentira.
Todos somos pecadores, y así, católicos o no, debemos asumirnos. Es decir, somos seres perfectibles. Y ese hecho, ser perfectibles, debe ser una parte consustancial a nuestra condición humana.

La muerte, sobre todo cuando la vivimos en carne propia -la de los seres queridos- también nos hace perfectibles, porque nos devela vulnerables, temporales y expuestos a esa ‘maldita’ verdad que tiene toda muerte: una ‘asquerosa puntualidad’, como nos recuerda siempre César Vallejo. (O)

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