Publicidad

Ecuador, 02 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Tesitura de piel y secreto

27 de enero de 2015

Como unción que depara la fragilidad humana, Gabriel Cisneros Abedrabbo confecciona retazos de vida en el papel en blanco; tesitura de dolores en el ancho mar. Cada poema de su autoría es un dardo que acentúa la perversidad de los actos. Es la expresión propia y ajena que proviene como eco desde el abismo. Es la interrogante en pleno meridiano en donde el Sol reaparece con furia. Una locura insondable en el quiebre cotidiano.

En su libro Mi yo malo (Editorial Pedagógica Freire, 2012), Víctor Vimos considera que “Cisneros logra hilar una suerte de recado que llega de las voces de un lado oscuro, nos muestra, pues, el rostro de un hombre que no conocemos sino en presentimientos, y aplaca de este modo la angustia de saberlo vencido por su rostro bueno, por esa faz que a todos nos tiene acostumbrados a la tranquilidad”.

Sosiego que se rompe abruptamente ante las alarmas encendidas a medianoche. Entonces, en pleno instante la mirada tormentosa del ser acumula dudas y pesares. Es la pequeña patria del esteta en cuyas entrañas reposa la ingratitud y el granizo. Es la revelación del paria que resuena como estribillo inconcluso. Es la burbuja que se desgarra afanosa en las alturas. Es el juego macabro que estalla en las profundidades del alma. Es la tentación recurrente que brota desde la nada, utilizando para el efecto un vocabulario fogoso.

En esa búsqueda insaciable por redescubrir el corpus del otro(a), Gabriel Cisneros apunta en ritmo de humedad a un renovado alarido lírico: Pieles (El Ángel Editor, Quito, 2014). Es la declaración de secretos que perturban el ánimo del creador. Desde la pira eleva su clamor a los cuatro vientos como tumultuosa sinfonía. Es el ir y venir de la acechanza errante. Es la invención de las imágenes grises impregnadas en el lienzo. Es el pozo místico donde aguardan las piedras del camino: “Los versos son fosos/ donde encierro la lluvia”.

En Pieles se funde la eroticidad de un discurso dedicado a la carne, a las huellas del necesario pecado, al carnaval de los sentidos, a la conjetura y a la fragilidad de los pájaros. Es el amor de los opuestos: “Si los ojos se hacen tierra en nuestras siembras/ y la madrugada a punto de ser vuelo/ incendia el vía crucis del deseo,/ forastera mía este amor será/ infierno que nos mate”.

Tal como sugirió Ovidio en su liturgia amatoria: “La plenitud del placer se logra cuando dos amantes caen vencidos a un mismo tiempo […] El corazón de los amantes se ve combatido por mil estratagemas, como la piedrezuela de la playa resbala de aquí para allá arrastrada por las olas”.

Desde esa orilla inclemente, Gabriel Cisneros ofrenda su quebranto: “Ella/ yace desnuda/ en la arena sin mar de una caricia./ Ella/ al encender la luz en otro cuerpo,/ no sabe que muero”.

Es la gravidez de una escritura que convoca a la penumbra y a la resurrección en la grieta del tiempo, para lo cual la palabra es su propia sangre.

Contenido externo patrocinado