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El Telégrafo
 Ricardo Hidalgo Ottolenghi

La teoría de las ventanas rotas y la inseguridad ciudadana

01 de junio de 2022

Se da por hecho que tanto el delito como la violencia social son hijos putativos de la pobreza. Sin embargo, varios estudios centrados en la psicología social demuestran lo contrario.

 

Hace algo más de cuarenta años un psicólogo de la Universidad de Stanford postuló la “teoría de las ventanas rotas” a partir de un experimento que consistió en dejar abandonados dos autos idénticos de las misma marca, color y modelo, en dos zonas distintas: uno en el Bronx de Nueva York (zona catalogada como pobre y conflictiva), y otro, en un barrio rico de Palo Alto, California.

 

Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser destruido en pocas horas. Perdió los espejos y accesorios, el radio, las llantas, el motor, etc. Se llevaron todo lo aprovechable, y lo que no, se destruyó.

 

Con el auto dejado en California, no pasó nada durante algo más de una semana. Entonces, uno de los investigadores rompió uno de los vidrios para ver qué pasaba. Debió ser la señal que los honrados ciudadanos de Palo Alto esperaban, porque al cabo de pocas horas se desató el mismo proceso que en el Bronx: el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.

 

¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario catalogado como seguro fue capaz de disparar todo un proceso delictivo?

 

A partir de este experimento, otros investigadores comprobaron este mismo comportamiento: si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de las ventanas acaban siendo destrozadas por los vándalos, concluyendo que, desde un punto de vista criminológico el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.  Por lo que si una comunidad demuestra signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito.

 

En esta línea de ideas, si se cometen pequeñas faltas como estacionarse en lugares prohibidos, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja; y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y a continuación, delitos cada vez más graves.

 

El mensaje es claro: una vez que se empiezan a desobedecer las normas que mantienen el orden en una comunidad, tanto el orden como la comunidad misma empiezan a deteriorarse, a menudo a una velocidad sorprendente ya que las conductas incivilizadas se “contagian”.

 

Y esto vale no sólo para el orden público, sino para otras muchas facetas de la vida social. Si en una empresa se descuidan algunas normas éticas, el ambiente se deteriora. Si se falsea la contabilidad para pagar menos impuestos, mentir a los empleados es más fácil -y también a los directivos, y a los propietarios-. Si lo que cuenta es la rentabilidad a corto plazo, se descuidan las normas de seguridad e higiene en el trabajo y las de seguridad del producto o del servicio, se trata a las personas con menos respeto, el cliente es cada vez más un objeto y no una persona cuyas necesidades hay que satisfacer...

 

La teoría de las ventanas rotas fue aplicada en 1994, por el alcalde Giuliani, de Nueva York, quién impulsó una política de “tolerancia cero”. La estrategia consistía en crear zonas limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue que las tasas de crímenes, menores y mayores se redujeron significativamente, y continuaron disminuyendo durante los siguientes 10 años.

 

Contrariamente a lo que se pueda pensar, la expresión “tolerancia cero”, en lugar de ser una solución autoritaria y represiva, consistió en la implementación de actividades de prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad.

 

La teoría si bien no constituye ninguna novedad, viene a cuento por su potencial utilidad en nuestro medio, ahora que nuestras autoridades están agobiadas con el combate a la delincuencia, porque pone énfasis no en la pobreza como causa de todos los males, sino en el "contagio" de conductas inmorales y antisociales; en el poder de la imitación alentado por la impunidad.

 

No se trata de linchar al delincuente, ni tampoco de implementar la mano dura indiscriminada e irracional, sino de una política clara y firme del Estado en favor de lo que bien podríamos llamar la “salud social”. Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, seguras y respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana; redefiniendo la misión de las  “autoridades del orden”, pasando de "combatir el crimen" a "generar seguridad", que no es lo mismo. 

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