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El Telégrafo

Tecnología y política agrícola

06 de noviembre de 2012

La aplicación de los adelantos de la tecnología agrícola es una de las estrategias adoptadas para resolver el déficit de alimentos en el mundo que para 2010 afectaba a 925 millones de personas (FAO), cifra menor en comparación con los 1.023 millones de 2009. Sin embargo la diferencia no es suficiente para cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) de reducir a la mitad la proporción de personas desnutridas en los países en desarrollo, del 20% de 1990-1992 al 10% en 2015.

La solución tecnológica de los métodos de la denominada Revolución Verde, iniciada en la década del 60 con un fuerte apoyo de los países desarrollados, especialmente de los Estados Unidos de Norteamérica, con sus fundaciones Ford y Rockefeller, consistió en la obtención de semillas de alta productividad principalmente de tres cereales: maíz, trigo y arroz, las cuales, para demostrar su potencialidad, necesitaban de costosos paquetes tecnológicos: fertilizantes, herbicidas y pesticidas, así como también de implementos de riego y maquinaria, lo cual no estaba al alcance de los agricultores de los países denominados eufemísticamente en vías de desarrollo, y si bien las indicadas tecnologías aumentaban la productividad significativamente, los altos costos de los paquetes tecnológicos hicieron que los resultados obtenidos solamente favorecieran a las industrias de insumos de los países desarrollados y aumentaran la contaminación ambiental.

Después de tres décadas de la Revolución Verde, en el 90 había cerca de 786 millones de personas hambrientas demostrando que el hambre no era únicamente un problema tecnológico sino también de inequidad política. Lo cual confirma que la tecnología, por sí sola, no puede asegurar la producción de alimentos ni el acceso a los mismos, como tampoco pueden conseguirlo las políticas por sí solas.

En el desarrollo agrícola del país contrastan los recursos tecnológicos empleados por las empresas de cultivos de exportación con los utilizados por los pequeños agricultores de los cuales obtenemos nuestra canasta básica de consumo. Los primeros tienen como incentivo los mercados; para los segundos, el Estado debe comprender, desde el punto de vista de los agricultores, su necesidad de tecnologías y políticas mejoradas, recurriendo a sus conocimientos locales en esta aplicación esta el desafío para los técnicos nacionales de diseñar alternativas técnicas a nuestras posibilidades.

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