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El Telégrafo

Sutiles prácticas casi monopólicas

04 de junio de 2013

El mercado está plagado de ganchos y promociones para atraer clientela, ante la múltiple oferta de otros proveedores que también pugnan por mejorar sus ventas de bienes y servicios. Allí radica la razón de ser de la iniciativa privada y libre competencia. Están en su derecho. Lo preocupante surge cuando el proveedor es una sola cadena que, por ser tal, impone sus condiciones en cuanto a calidad del producto y precios.

Las regulaciones municipales locales se mueven casi siempre a conveniencia del mercado. Se trata de los cines instalados en los grandes centros comerciales, con múltiples salas ofreciendo solamente una o dos películas, con la única variación del idioma, si prefieren traducida o en español para ahorrarse la fatiga de la lectura, pero con cartelera repetida, arrinconando a los demás a ver cualquier cosa, menos la película que desean, estimulados por la crítica de los especialistas en cine.

Y toditas, ¡quién creyera!, son de la vida real, como la de Iron Man, el exterminador, los héroes de las galaxias, o las figuras animadas.

Para variar se mandan una serie interminable de cintas de terror que han despedazado los nervios de los noveleros que por el morbo de la curiosidad se meten en camisa de once varas y después están que se comen las uñas, durmiendo cuatro o cinco en una sola cama, porque se mueren de miedo. Esa es casi toda la oferta cinéfila de nuestros cómodos empresarios que programan atendiendo únicamente sus expectativas económicas, claro que con excelentes resultados, despreciando nuestro derecho al buen cine. Y si es de producción nacional, lo exhiben a regañadientes uno o dos días y lo retiran para poner en cartelera cintas espectaculares, con volumen ensordecedor de ruidos infernales y música estridente, además de un reguero de violencia y sangre que resulta imposible contar el número de muertos en cada película.

Está bien que programen esa clase de cine que, si bien tiene acogida, no por ello es recomendable; y peor aún que lo repitan simultáneamente hasta el cansancio en casi todas las salas de la cadena, negándole a un respetable segmento de espectadores su derecho a disfrutar del séptimo arte de una mejor calidad, tanto extranjera como nacional. Deberían exhibir la película de la muerte de Roldós, que explica un importante capítulo de nuestra política contemporánea a través del ilustre líder histórico que nos marcó en los 80.

Hay verdaderas obras de arte que forman parte de nuestro acervo cultural, ignoradas por el gran público porque los empresarios optan solo por la taquilla y ganancia. Pero otros también merecen un mejor cine, sin que tengan que salir corriendo al otorrino o al psiquiatra, por los daños colaterales de tanta ficción sonora y mecanizada.

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