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El Telégrafo

Sueños del terruño

10 de febrero de 2012

En la historia de los pueblos irrumpen, fuera de la oficialidad, hechos cotidianos y sucesos anecdóticos que configuran elementos de identidad social. Desde el imaginario colectivo, la reminiscencia de testimonios pretéritos también contribuye al sentido de pertenencia territorial.

En tal contexto aparece el libro “Sueños soñados” (Colección Tahuando Nº 128-129, CCE-I, Ibarra, 2012), de Marcelo Valdospinos Rubio, maestro normalista y gestor de las manifestaciones del espíritu humano. Oriundo de Otavalo, Valdospinos relata -de manera sencilla- vivencias de la “llacta”, con especial sabor literario y hondo apego al afecto de la tierra que nos cobija en la nacencia.

De sus páginas se desprende una argumentada preocupación y amena descripción por la relación intercultural, festividades costumbristas, recreación de leyendas, activismo institucional, creencia religiosa, rincones patrimoniales, personajes populares, amistades inolvidables, momentos particulares incrustados en el corazón del autor, pese al inevitable tránsito del tiempo. Textos que rehúyen la desmemoria y se acercan a la nostalgia y al desvelo. Todo ello con inconfundibles rasgos poéticos y frases reflexivas que establecen inevitables lecciones de vida.

“Sueños soñados” es un mensaje que fluye desde la provincialidad. En donde se ilustran los bellos paisajes andinos, los maizales pintados de dorado y los lagos característicos de la imbabureñidad. Lo que Valdospinos refiere como la chagritud, que es lo mismo que decir la apasionante relación hombre-lugar natal. Ese mítico apego a los orígenes telúricos.

En la anotada obra se rememora el cálido ambiente barrial y el vecindario de aliento solidario, las casitas de teja y la ensoñación de los primeros amores. Las caminatas por la campiña y el descubrimiento de rutas desconocidas. La temporada veraniega y, con ello, las anheladas vacaciones escolares. Las picardías infantiles. Las inquietudes juveniles. El afán de superación profesional. La vocación por el magisterio. Y el compromiso ciudadano por el desarrollo citadino. Es la quimera entrelazada con la practicidad de los días comunes, en donde emerge el hálito del ayer con la trascendente mirada dirigida al porvenir.

Marcelo Valdospinos Rubio se detiene por un instante en la incesante labor desplegada como presidente del núcleo de la Casa de la Cultura en Imbabura, para esbozar crónicas -en lenguaje periodístico- detenidas en el umbral del recuerdo. Lo hace con oficio de escritor de experimentado cuño. Complementando su condición de vital administrador en el complicado ámbito cultural. Su voz es respetable y respetuosa.

Al autodefinirse como hombre de libros, esboza rasgos autobiográficos que le hacen un permanente guiño a las letras y a la condición solitaria que exige la escritura.

Como sentencia uno de sus pensadores preferidos, Ernesto Sabato: “El escritor […] es un ser integral que actúa con la plenitud de sus facultades emotivas e intelectuales para dar testimonio de la realidad humana, que es inseparablemente emotiva e intelectual”.

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