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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Suárez, Mujica y el victimismo

01 de julio de 2014

@mazzuele

Tras sus exaltantes despliegues futbolísticos, la imagen pública de Luchito Suárez ha pasado por súbitas mutaciones, unos vertiginosos altibajos al estilo montaña rusa: primeramente de héroe a villano en el encuentro Italia-Uruguay tras la ‘mordida’ al hombro del defensor adversario Chiellini, y luego de villano a héroe en el pospartido caracterizado por la sanción impuesta por la FIFA.

Sobre el gesto de Suárez, así como sobre su castigo, no vale la pena detenerse, simplemente he aquí un delantero inquieto e incapaz de frenar instintos primordiales que surgen sin aparente razón y el órgano mundial del fútbol que lo castiga con dureza, tal vez excesiva en la parte relativa al alejamiento completo de la actividad deportiva por cuatro meses. Esto constituye material seguramente muy bueno para el espectáculo circense que se crea alrededor del Mundial, alimentado por las estériles polémicas del periodismo deportivo, pero no particularmente jugoso para un análisis más distinguido. Más bien el caso se presta como objeto de estudio en la medida en que ciertas reacciones al episodio han arrojado pautas para otro tipo de investigación.

¿Cómo se reacciona ante determinados acontecimientos? ¿Cuáles características del substrato psíquico colectivo se prenden ante ciertos episodios? La ola de indignación hacia el castigo de la FIFA, que se convirtió en asunto de tintes hasta políticos, revela aspectos de vertientes ideológicas latentes en ciertos sectores de la población latinoamericana. Mientras la reacción más lógica habría sido censurar el jugador por haber manchado de infamia la camiseta que llevaba y poner en condición de desventaja a su selección, se ha registrado curiosamente una posición opuesta por parte de un importante segmento de la opinión pública: la indignación es dirigida a los jueces injustos, y la solidaridad es expresada hacia el ‘pobre’ jugador (cuyo salario asciende actualmente a 10 millones de libras esterlinas anuales), a su familia y su entorno.

En la sucesiva vuelta de tuerca se alcanza el culmen del argumento y su verdadero meollo: se trata de una persecución contra los ‘pibes uruguayos’, contra América Latina, contra el Tercer Mundo. En una conversación tragicómica entre Maradona y Pepe Mujica televisada por Telesur, el presidente oriental se lanza en una defensa patética de Suárez, llamando en causa el origen humilde del delantero y mezclando varios argumentos que nada tienen que ver con el asunto. Más recientemente, la irrefutable degradación ética de la FIFA es maliciosamente utilizada para justificar a Suárez. En otros espacios aun, Mujica minimiza el gesto del futbolista (“A Suárez no lo elegimos pa’ filósofo”) y, en una esquizofrénica aproximación al paroxismo tercermundista, incluso niega el hecho (“Yo no vi que Luis Suárez haya mordido a nadie”).

¿No les parece que hay una cierta resonancia con la vertiente más burda del discurso de la teoría de la dependencia, según la cual el subdesarrollo económico de América Latina era una consecuencia automática, hasta mecánica, del desarrollo de otras partes del mundo? Se trata justamente de aquellos sectores que han predicado un victimismo a ultranza, desafiando el sentido común y forzando la interpretación de la realidad. La base de ese razonamiento no radicaba de hecho en indicadores económicos reales, sino en elementos ideológicos: América Latina es la víctima sacrificial, la pisoteada por excelencia, más allá de lo que digan los datos. No se niega aquí ni la explotación ni el imperialismo: más bien se pone en discusión esa actitud, esa forma mentís que conduce a una ceguera por la cual todo se explica en función de la persecución de América Latina por parte de los más fuertes.

El discurso del llorón es un discurso que aparece continuamente en América Latina, un verdadero obstáculo para el desarrollo de una izquierda creíble. Curiosamente, este discurso llega de quien ha hecho de la credibilidad ante los mercados internacionales un aspecto central de su política, y justo pocas semanas después en que otro uruguayo, Eduardo Galeano, abjurara su propia obra maestra, Las venas abiertas de América Latina, representativa de la corriente de pensamiento susodicha. No se puede estar más que de acuerdo con el presidente ecuatoriano Rafael Correa cuando tilda de irresponsable y victimista a la sociedad latinoamericana las veces que recurre a culpar a los demás de los problemas que le atañen.

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