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El Telégrafo

Sortilegio al final del día

03 de abril de 2013

Sin embargo de que las temáticas destinadas a una columna de opinión generalmente giran alrededor del quehacer noticioso de primera plana o de la coyuntura informativa que convoca la atención de la opinión pública, mi propósito es transmitir la desnudez poética que atrapa los sentidos de la entelequia contemporánea, como una alternativa escrita ante la tramoya vivencial.

Entonces, en estas líneas se esparcen los acordes de la lírica que queda suspendida en el umbral de los sueños, en el éxtasis de la incontenible lluvia, en los silencios siempre latentes bajo la epidermis del poema, en la exaltación de lo absurdo, en las heridas causadas por recuerdos marchitos, en el largo peregrinaje de los desaparecidos, en las querencias que brotan de los veranos juveniles, en la esperanza de los pueblos ingenuos, en los ojos bienaventurados de los desposeídos, en el eco desesperado al final del precipicio, en las riberas del río torrentoso, en el vuelo de los pájaros de frágil encanto, en la filigrana compuesta por piedras milenarias, en el rubor de los años inocentes, en la metafísica de la existencia humana, en la humedad de los vientres ajenos, en el vacío que provocan las derrotas y en la fecundidad de los besos eternos.  

Así, con el fulgor de la palabra desdichada aparece el poemario “Poción de medianoche”, de Cecibel Ayala, con el encomiable auspicio de la matriz de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.  En sus páginas se advierte el regocijo del amor, el vértigo de las experiencias intensas, la tempestad al filo de la noche, los secretos de la sangre, el resplandor de la caricia y la llamarada del abrazo.

Aquí una muestra: “Quisiera detener la inmortalidad de este amor,/ y aunque a veces lo consiga,/ ese aparente dominio/ no es más que un remolino/ que me precipita con violencia ante ti”. Existe una latente exteriorización erótica y un manifiesto disfrute por los placeres que produce el amanecer vagabundo: “Te quiero recordar siempre así,/ enredado entre mis cabellos vivientes,/ hasta llegar al gemido más hiriente/ que tu cuerpo ha soportado/ sin más resistencia/ que la mirada fija en la sábana mojada”.

En “Poción de medianoche” emergen los devaneos de la relación de pareja, con cierta tendencia barroca y una directa confesión amatoria: “Así…/ vagando descalza por abismos encendidos/ sé que antes de dedicar/ mi última mirada a las sombras,/ despertaré envuelta por la palidez de tus ojos,/ porque tu aliento ha sacudido mi alma/ como el viento a la tea naciente”.

La voz poética de Cecibel Ayala -ajena a su ausencia definitiva- pervive como sortilegio de la palabra degollada, como sombra al final del día. Como ella predijo: “Volver a morir/ no será suficiente/ para abandonar la espera,/ descubriendo un vínculo silencioso/ en la duración de las cosas”.

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